Red de escritores en español

viernes, 22 de julio de 2011

Bares historicos

PATRIMONIO URBANO

Bares históricos escondidos

 en los barrios

porteños




Lejos de las luces del Centro, guardan recuerdos de una Buenos Aires pasada. Pero se mantienen vivos y apuestan a captar un nuevo público joven.

Adriana Santagati.






El típico gesto con el dedo índice y pulgar, formando una "C". El mozo al que se le conocen todas las mañas, y que puede decir lo mismo de sus clientes. La conversación que se prolonga por horas, con la taza vacía sobre la mesa. Son las marcas que definen el café como espacio y rito de los porteños. Una costumbre transmitida casi genéticamente, que se puede practicar en cualquier bar de la Ciudad, pero que en un puñado de ellos vibra con otro pulso.

En la Capital no hay barrio que no tenga "su" bar. Según estimaciones de la Asociación de Hoteles, Restoranes, Confiterías y Cafés, existen unos 8.000, incluidos los modernos pizza café que proliferaron en los 90. "Son muchos, porque Buenos Aires tiene una tradición muy fuerte ligada a sus cafés. En Estados Unidos son tipo Starbucks, donde la gente compra su vaso y sale a la calle; en Italia, el café se toma rápido en la barra; y en España, el hábito es el tapeo. Acá es un lugar de encuentro asociado a la amistad, a los recuerdos y a un momento para expresar sentimientos", analiza Ricardo Boente, titular de la asociación.

Justamente de sentimientos habla María Tomás de Moreno. Esta asturiana de estricto rodete y conversación amable es la vida de El Progreso, y El Progreso es su vida. Desde 1958, todos los días pasa horas en el local de Montes de Oca 1700, en Barracas. "A veces pienso que debería irme. Pero no puedo, si es mi segundo hijo", dice sentada a una de las mesas de fórmica. Dos vitrinas guardan antiguos objetos y en una pared todavía se leen dos chapas que advertían de la prohibición de escupir en el suelo y "de destapar bebidas alcohólicas o vender tabaco a los menores de 15 años", recuerdos de los años en que el bar estallaba de parroquianos. "Había mucho trabajo por las fábricas de alrededor. Pero fueron cerrando y la gente se fue yendo a los bares más modernos con chapas de colores", se lamenta María. Sin embargo, ese "uno por mil que elige lugares como éste" sigue encontrando en El Progreso la discreción de su salón familiar en el reservado y la famosa milanesa de su dueña.

Es que El Progreso, a hombros de María, resiste. Otros bares de barrio tradicionales, como el Dante de Boedo, no pudieron: hoy, donde antes se dieron discusiones del Grupo de Boedo, hay una pinturería. El de los hermanos Cao, en Independencia y Matheu, en cambio, logró escaparle al olvido. Después de estar un año cerrado, hace poco más de un mes los mismos dueños de El Federal lo reabrieron como Bar de Cao, con un trabajo de recuperación notable.

Un cuadro enmarca una nota de Clarín de hace ocho años, en la que se ve una foto de un bar que no parece éste, pero lo es. Los mismos pisos, las mismas mesas, la misma caja registradora fileteada y la cortadora de fiambre. En el medio, los objetos perdieron algunas capas de pintura vieja y ahora la madera original de las vitrinas y la boisserie envuelve con su calidez. "Vino gente que se emocionó al ver cómo está. Y hasta un grupo de sociólogos, que se reunía todos los martes, volvió a hacerlo", cuenta Oscar Blanco, el encargado, señalando la mesa ovalada del fondo que cada semana escucha las charlas de esos habitués.

Los hermanos Cao abrieron en 1915 su despacho de comestibles y venta de bebidas, como muchos locales que se instalaban en en esa época. Una tarjetita firmada por sus descendientes, en un perchero que les regalaron a los nuevos dueños, les agradece "mantener vivos nuestros recuerdos". "Ellos vendían muy buenos fiambres. Nosotros seguimos haciendo las picadas que caracterizaron al bar, y las consume mucho público joven", afirma Oscar.

Otro bar histórico que también atrae al público joven es El Banderín, en Guardia Vieja 3601, tal vez por la impronta futbolera que le dan al pequeño local los 450 banderines que Mario Riesco, su dueño, tiene colgados en las paredes. "Vienen muchas parejas a tomar una cerveza. Antes, el cliente era del barrio y venía a tomar una copita a la mañana, el café después del almuerzo y a jugar a las cartas a la noche, porque no había televisión", detalla Mario. Su padre inauguró en 1923 El Asturiano Provisiones y Fiambrería, que también era despacho de bebidas. "En 1962, cuando abrió el primer supermercado en el barrio, cerré el almacén", relata Mario, quien sigue manejando El Banderín junto a Luis, su ayudante. En el bar todo está original, salvo el mostrador de estaño, que también se cambió en el 62.

"El lugar es hermoso", dice Deolinda, café delante en una de las mesas. Está rodeada por seis compañeras de su grupo semanal de reflexión. "Nos gusta juntarnos después a seguir conversando", agrega Mirucha, otra de las "chicas". La charla es siempre el elemento que sostiene estos espacios. Para Silvia Fajre, subsecretaria de Patrimonio de la Ciudad, es lo que los hace típicamente porteños: "Los bares representan un uso y una costumbre. Siempre han sido lugares donde encontrarse, pensar, hacer proyectos, despedirse, festejar o simplemente esperar. Son una prolongación del espacio público". Para revalorizar ese patrimonio, la Ciudad tiene un programa de protección (ver Música...).

Fajre agrega que, por esa razón, muchos operadores turísticos los están incluyendo en su oferta para extranjeros. Varios turistas de paseo por el fashion Palermo no pueden evitar la tentación de entrar a El Preferido de Palermo, en Borges y Guatemala, uno de los pocos bares que aún conservan el almacén. Martín Suárez marcha un sandwich para un cliente que apura algo al paso en el almacén, rodeado de frascos de encurtidos, botellas de bebidas y latas de conservas. Y con María del Carmen de Fernández, su tía, desgranan la historia de este local nacido en el 1900 que sigue siendo un negocio familiar. "Mis suegros lo compraron en 1952. Era el típico almacén de libreta y venía mucha gente a tomar el vermú. Hace 12 años comenzamos a incorporar comida y ahora tenemos una carta de cocina simple y casera", relata ella.

"Tenemos un público con clientes de siempre, nuevos y los que vendrán", se entusiasma Martín. Una frase que resume el periplo de estos clásicos porteños, que mantienen viva una tradición de la Ciudad.







El café más antiguo que conserva Buenos Aires es el Tortoni, que lleva 111 años en su local actual. Símbolo del bar como punto de encuentro de intelectuales y políticos, es uno de los emblemáticos del Centro, al igual que La Ideal o la Richmond, dos confiterías donde el café se impuso como rito social. Pero no sólo ahí se conservan reductos que se mantienen como retazos de tiempos en que el país era otro y los porteños, un poco, también. La nostalgia, dicen, está de moda. Sin embargo, en estos históricos escondidos en los barrios lo que vive es el presente. Porque el café siempre fue y será el escenario que eligen los habitantes de esta Ciudad para escribir, al menos, algún capítulo de su propia historia.

Más de 200 años de historia


Según los registros históricos, el primer café porteño se llamaba Almacén del Rey y abrió en 1769, cuando la ciudad era apenas una aldea, en la Recova Vieja. A fines del siglo XVIII fueron abriendo más, siempre con una oferta de café, chocolate y tostadas con manteca y azúcar.

El negocio comenzó a expandirse a mediados del 1800. Por esa época, en 1858, inauguró el Café Tortoni, bautizado así por su dueño francés en recuerdo del Tortoni parisino, en Esmeralda y Rivadavia. Luego se mudó a la vereda opuesta y, con la apertura de la Avenida de Mayo, construyó su fachada sobre la nueva calle. Hoy es el café más antiguo de la Ciudad.

En el siglo pasado, los cafés porteños proliferaron de la mano de los inmigrantes, en su mayoría asturianos y gallegos. Así, a los bares del centro se les sumaron cada vez más en los barrios, muchos nacidos como despacho de comestibles y bebidas, con la división del local en almacén y café. También llegaron los bares de billar, de los que quedan pocos, como el Oviedo de Mataderos. La intelectualidad y la política consolidó en los 60 y 70 los clásicos de Corrientes, como La Giralda y La Paz. Y en los últimos años, las cadenas con la fórmula café más pizza ganaron terreno.

2 comentarios:

magu dijo...

DEAR GUSTAVO
Qué lindo post para leer, me encanta la historia sobre los bares de buenos aires y alrededores, me gustan los antiguos que no se reforman, bueno
espero poder leerlo tranquila cuando me arreglen la pc, cuando la mande a arreglar
besos nene

Gustavo dijo...

Hola Magu que tal. Bueno. Fue algo que se me ocurrio hacerlo asi de la nada. Como que me encapriche con esto jaja. Viste cuando te la agarras con algo? Eso es lo que me paso.
Te mando un abrazo y ojala pronto puedas arreglar la compu y todo vuelva a la normalidad. que tengas buena semana. Chau