Red de escritores en español

domingo, 31 de julio de 2011

El encuentro

El encuentro
Sabrina se sentó en la mesa del bar. Eran justo las once de la noche como estaba previsto. Hora en la que quedó en encontrarse con Agustin. El chico al que había conocido hace alrededor de un mes a traves de Facebook.
Luego de acomodarse colgó el saco en una silla para ponerse a mirar la carta que se hallaba en el pupitre. El mozo se acercó y le dijo que espere. Que todavía faltaba que viniera alguien mas. Fue al baño, donde se mojó la cara y se acomodó el pelo. Después volvió a la mesa. Como Agustin aún no había llegado le mandó un mensaje de texto. Sacó el libro que llevaba en su cartera y comenzó a leerlo.
Pasados los quince minutos desde que le envió el mensaje y al ver que Agustin no le respondía decidió llamarlo. Solo atendió el contestador. Intentó de nuevo pero volvió a ocurrile lo mismo. Lo hizo varias veces mas y nada.
Empezaba a ponerse nerviosa. Continuó leyendo pero ahora le costaba concentrarse. Le ganaban los sentimientos de ira, de no saber si realmente Agustin iría o si le estuvo mintiendo. Y en caso de que fuese un engaño...¿ por que motivos? Tampoco lo conocía demasiado. Solo habló con él por celular o mediante internet. Y ni siquiera tenía el número de la casa como para llamarlo allí.
Se había dejado llevar por su voz dulce, sus gustos por el cine, la música al igual que ella, las tiernas frases de amor que le mandaba casi todas las noches por email o las fotos que le enviaba desde los distintos lugares donde iba. En la cancha mirando a San Lorenzo, en la playa con unos amigos, tocando con la banda de rock que tenía. Pero ahora veía que todo fue una mentira. Se sentía una estúpida por confiar ciegamente en cualquiera. Intentó comunicarse de nuevo sin que nadie responda del otro lado. Ya eran casi las doce. Así que se levantó de la mesa y salió a la calle.
Una vez que llegó a su casa no le quedaban ánimos de nada. Se encerró en su cuarto y estuvo un rato con la computadora. Después se fue a dormir. Aunque tardó varias horas en lograrlo. Ya que por los nervios que tenía no paraba de dar vueltas sobre la cama sin poder cerrar los ojos.
Al otro día probó en hablarle de nuevo a Agustin. Este la atendió diciéndole que estuvo a las once en ese bar como habían acordado. Pero al ver que ella no aparecía dejó el celular en su casa y se fue a bailar con unos amigos. Sabrina no le creyó. Pensó que la estaba cargando. Empezó a insultarlo hasta que Agustin le cortó.
Cuando miró la hora que marcaba la television y el reloj que se hallaba en la pared descubrió que el suyo atrasaba sesenta minutos.

miércoles, 27 de julio de 2011

Un par de chistes

Y hablando de todas estas cosas en las mesas de los bares tambien se cuentan chistes. Chistes malos, chistes buenos, chistes como pueden ser estos:



Una señora sale a la calle a sacar la basura.
Justo en ese momento hay un ciruja arrastrando una bolsa. Quien le dice_ ¿ No me da un poco de torta ?
A lo que la señora le responde_ yo pensé que me iba a pedir pan.
Y el ciruja le explica_ lo que pasa es que justo hoy es mi cumpleaños
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¿Que le dijo un conejo a otro?
NADA... Si los conejos no hablan
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Juan le pregunta a Pedro_ ¿ hace frío en la calle ?
A lo que Pedro le responde_ ah no se. Yo vine por la vereda
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Estaban dos amigos tomando café en un bar.
Entonces uno le comenta al otro_ yo no le pongo azucar porque engorda
Y el otro le contesta_ no. El azucar no engorda. El que engorda es uno.

viernes, 22 de julio de 2011

Bares historicos

PATRIMONIO URBANO

Bares históricos escondidos

 en los barrios

porteños




Lejos de las luces del Centro, guardan recuerdos de una Buenos Aires pasada. Pero se mantienen vivos y apuestan a captar un nuevo público joven.

Adriana Santagati.






El típico gesto con el dedo índice y pulgar, formando una "C". El mozo al que se le conocen todas las mañas, y que puede decir lo mismo de sus clientes. La conversación que se prolonga por horas, con la taza vacía sobre la mesa. Son las marcas que definen el café como espacio y rito de los porteños. Una costumbre transmitida casi genéticamente, que se puede practicar en cualquier bar de la Ciudad, pero que en un puñado de ellos vibra con otro pulso.

En la Capital no hay barrio que no tenga "su" bar. Según estimaciones de la Asociación de Hoteles, Restoranes, Confiterías y Cafés, existen unos 8.000, incluidos los modernos pizza café que proliferaron en los 90. "Son muchos, porque Buenos Aires tiene una tradición muy fuerte ligada a sus cafés. En Estados Unidos son tipo Starbucks, donde la gente compra su vaso y sale a la calle; en Italia, el café se toma rápido en la barra; y en España, el hábito es el tapeo. Acá es un lugar de encuentro asociado a la amistad, a los recuerdos y a un momento para expresar sentimientos", analiza Ricardo Boente, titular de la asociación.

Justamente de sentimientos habla María Tomás de Moreno. Esta asturiana de estricto rodete y conversación amable es la vida de El Progreso, y El Progreso es su vida. Desde 1958, todos los días pasa horas en el local de Montes de Oca 1700, en Barracas. "A veces pienso que debería irme. Pero no puedo, si es mi segundo hijo", dice sentada a una de las mesas de fórmica. Dos vitrinas guardan antiguos objetos y en una pared todavía se leen dos chapas que advertían de la prohibición de escupir en el suelo y "de destapar bebidas alcohólicas o vender tabaco a los menores de 15 años", recuerdos de los años en que el bar estallaba de parroquianos. "Había mucho trabajo por las fábricas de alrededor. Pero fueron cerrando y la gente se fue yendo a los bares más modernos con chapas de colores", se lamenta María. Sin embargo, ese "uno por mil que elige lugares como éste" sigue encontrando en El Progreso la discreción de su salón familiar en el reservado y la famosa milanesa de su dueña.

Es que El Progreso, a hombros de María, resiste. Otros bares de barrio tradicionales, como el Dante de Boedo, no pudieron: hoy, donde antes se dieron discusiones del Grupo de Boedo, hay una pinturería. El de los hermanos Cao, en Independencia y Matheu, en cambio, logró escaparle al olvido. Después de estar un año cerrado, hace poco más de un mes los mismos dueños de El Federal lo reabrieron como Bar de Cao, con un trabajo de recuperación notable.

Un cuadro enmarca una nota de Clarín de hace ocho años, en la que se ve una foto de un bar que no parece éste, pero lo es. Los mismos pisos, las mismas mesas, la misma caja registradora fileteada y la cortadora de fiambre. En el medio, los objetos perdieron algunas capas de pintura vieja y ahora la madera original de las vitrinas y la boisserie envuelve con su calidez. "Vino gente que se emocionó al ver cómo está. Y hasta un grupo de sociólogos, que se reunía todos los martes, volvió a hacerlo", cuenta Oscar Blanco, el encargado, señalando la mesa ovalada del fondo que cada semana escucha las charlas de esos habitués.

Los hermanos Cao abrieron en 1915 su despacho de comestibles y venta de bebidas, como muchos locales que se instalaban en en esa época. Una tarjetita firmada por sus descendientes, en un perchero que les regalaron a los nuevos dueños, les agradece "mantener vivos nuestros recuerdos". "Ellos vendían muy buenos fiambres. Nosotros seguimos haciendo las picadas que caracterizaron al bar, y las consume mucho público joven", afirma Oscar.

Otro bar histórico que también atrae al público joven es El Banderín, en Guardia Vieja 3601, tal vez por la impronta futbolera que le dan al pequeño local los 450 banderines que Mario Riesco, su dueño, tiene colgados en las paredes. "Vienen muchas parejas a tomar una cerveza. Antes, el cliente era del barrio y venía a tomar una copita a la mañana, el café después del almuerzo y a jugar a las cartas a la noche, porque no había televisión", detalla Mario. Su padre inauguró en 1923 El Asturiano Provisiones y Fiambrería, que también era despacho de bebidas. "En 1962, cuando abrió el primer supermercado en el barrio, cerré el almacén", relata Mario, quien sigue manejando El Banderín junto a Luis, su ayudante. En el bar todo está original, salvo el mostrador de estaño, que también se cambió en el 62.

"El lugar es hermoso", dice Deolinda, café delante en una de las mesas. Está rodeada por seis compañeras de su grupo semanal de reflexión. "Nos gusta juntarnos después a seguir conversando", agrega Mirucha, otra de las "chicas". La charla es siempre el elemento que sostiene estos espacios. Para Silvia Fajre, subsecretaria de Patrimonio de la Ciudad, es lo que los hace típicamente porteños: "Los bares representan un uso y una costumbre. Siempre han sido lugares donde encontrarse, pensar, hacer proyectos, despedirse, festejar o simplemente esperar. Son una prolongación del espacio público". Para revalorizar ese patrimonio, la Ciudad tiene un programa de protección (ver Música...).

Fajre agrega que, por esa razón, muchos operadores turísticos los están incluyendo en su oferta para extranjeros. Varios turistas de paseo por el fashion Palermo no pueden evitar la tentación de entrar a El Preferido de Palermo, en Borges y Guatemala, uno de los pocos bares que aún conservan el almacén. Martín Suárez marcha un sandwich para un cliente que apura algo al paso en el almacén, rodeado de frascos de encurtidos, botellas de bebidas y latas de conservas. Y con María del Carmen de Fernández, su tía, desgranan la historia de este local nacido en el 1900 que sigue siendo un negocio familiar. "Mis suegros lo compraron en 1952. Era el típico almacén de libreta y venía mucha gente a tomar el vermú. Hace 12 años comenzamos a incorporar comida y ahora tenemos una carta de cocina simple y casera", relata ella.

"Tenemos un público con clientes de siempre, nuevos y los que vendrán", se entusiasma Martín. Una frase que resume el periplo de estos clásicos porteños, que mantienen viva una tradición de la Ciudad.







El café más antiguo que conserva Buenos Aires es el Tortoni, que lleva 111 años en su local actual. Símbolo del bar como punto de encuentro de intelectuales y políticos, es uno de los emblemáticos del Centro, al igual que La Ideal o la Richmond, dos confiterías donde el café se impuso como rito social. Pero no sólo ahí se conservan reductos que se mantienen como retazos de tiempos en que el país era otro y los porteños, un poco, también. La nostalgia, dicen, está de moda. Sin embargo, en estos históricos escondidos en los barrios lo que vive es el presente. Porque el café siempre fue y será el escenario que eligen los habitantes de esta Ciudad para escribir, al menos, algún capítulo de su propia historia.

Más de 200 años de historia


Según los registros históricos, el primer café porteño se llamaba Almacén del Rey y abrió en 1769, cuando la ciudad era apenas una aldea, en la Recova Vieja. A fines del siglo XVIII fueron abriendo más, siempre con una oferta de café, chocolate y tostadas con manteca y azúcar.

El negocio comenzó a expandirse a mediados del 1800. Por esa época, en 1858, inauguró el Café Tortoni, bautizado así por su dueño francés en recuerdo del Tortoni parisino, en Esmeralda y Rivadavia. Luego se mudó a la vereda opuesta y, con la apertura de la Avenida de Mayo, construyó su fachada sobre la nueva calle. Hoy es el café más antiguo de la Ciudad.

En el siglo pasado, los cafés porteños proliferaron de la mano de los inmigrantes, en su mayoría asturianos y gallegos. Así, a los bares del centro se les sumaron cada vez más en los barrios, muchos nacidos como despacho de comestibles y bebidas, con la división del local en almacén y café. También llegaron los bares de billar, de los que quedan pocos, como el Oviedo de Mataderos. La intelectualidad y la política consolidó en los 60 y 70 los clásicos de Corrientes, como La Giralda y La Paz. Y en los últimos años, las cadenas con la fórmula café más pizza ganaron terreno.

sábado, 16 de julio de 2011

Histroria de los cafes en Buenos Aires


"Los Cafés en la época de la
         Revolución de Mayo"


Por Jorge Bossio
 
¿Sabía usted -decía Napoleón- lo que más me admira en este mundo?  La impotencia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más  que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable queda vencido por el espíritu.

Albert Camus

Los Cafés de Mayo de 1810

Ya raya la aurora del día de Mayo; salgamos, salgamos a esperar el rayo que lance primero su fúlgido sol, mirad: todavía no asoma la frente, pero ya le anuncia cercano el oriente de púrpura y oro brillante arrebol.

Juan Cruz Várela

Alguna vez sostuve, no sé si con razón o sin ella, o con ambas, que la Patria había nacido en un café. No era una insolencia, aunque hoy no me parece el lugar maternal suficiente para la belleza y grandiosidad del suceso. Más allá de la metáfora naturalista, sin embargo, parece que las ideas de nación y de patria, ambas entidades supremas, no pudieron nacer sino del pensamiento de los hombres, de su ideario sublime, de los hombres pensantes. Fue como un pensamiento puro. Ese pensamiento puro, fue la génesis de la idea de Nación y de Patria, que nos honra sostener pese a los infortunios que la asuelan. Lo que vino después fue consecuencia de este sentimiento, fue la estructura de estado o, si se prefiere, la estructura de organización que el país debía ordenar. Y esto sí provino del brazo ejecutor de las espadas, las lanzas, los fusiles, los cañones.
Pero el ideario sólo pudo nacer del sentimiento de los jóvenes que avizoraban y anhelaban una nueva y gloriosa Nación, que debía nacer de la pureza de las ideas.
El nacimiento de la Nación y de la Patria a que hacemos referencia, no podía ser sino en un recinto en el que el pensamiento libre tuviera un gran desarrollo, sin limitaciones; en libertad y en el que la inteligencia y sentimientos amalgamaran para alcanzar el progreso.
Es esa pureza de ideas la que fecunda la concepción diferente de la historia germinal de nuestro país. Aquellos jóvenes, que se congregaban y hacían tertulia en el Café de Marcó a conversar y a tomar aguardiente francés, fueron los primeros en concebir la idea de Nación y de Patria.
Los que primeramente comprendieron esa idea, esa emoción que generaba la utopía que deseaban realizar sabían, con claridad cristalina, que no se encontraban en una aporía, sino en un sendero en el que desarrollar ideas de libertad requería el brazo fuerte para el trabajo y el más fuerte para empuñar las armas. Recordemos los versos de José Mármol, dedicados al Plata:
Hincha, ¡Oh Plata!, tu espalda gigante
Brazo hercúleo del cuerpo argentino,
a la seña del alma responde
si el rigor en el alma se esconde,
no desmienta su brazo el rigor.
Así era el alma de aquellos jóvenes fundadores de la Nación y de la Patria argentina; así era el pensamiento y la idea de quienes iniciaron aquella etapa germinal. Idea y músculo ardorosos en bien de la Patria y su grandeza.
El resultado de aquella gesta civil era que todo animaba y preparaba la vida de los argentinos -reflexiona Vicente Fidel López en su Historia Argentina-, para tomar en la capital un carácter turbulento y apasionado, que se alimentaba con la excitación en las calles, en las plazas y en los cafés, constituidos en clubes permanentes de debate y de actividad.
De igual modo, cuando la armada criolla derrotó a los brasileros en la batalla de los Pozos, al volver a Buenos Aires el Almirante Brown fue llevado en andas por las gentes alborozadas hasta el café aristocrático de la «Victoria», donde estuvo a la expectación durante un hora hasta que fue llevado a su morada en un carruaje tirado a manos por la multitud.
Como puede comprenderse, los debates de las ideas tanto como las alegrías de los triunfos criollos se celebraban en esa caja de resonancia de los cafés porteños. Las batallas sí se deben a las armas pero, tanto el debate de las ideas como la alegría de los triunfos, se celebraron siempre en el «agora» porteño que fue el café. Por eso nos animamos a afirmar que la Patria nació en un café, sin tono peyorativo ni despectivo, sino con afecto hacia una realidad plena de libertad.


El café de la época colonial
El café en tiempos de la administración española se inspiró en un proceso de transculturación. Es fácilmente comprensible, teniendo en cuenta que los españoles siempre fue-ron amantes de las reuniones de café. Están como testimonio el viejo café Pombo ya desapa-recido o el café Gijón, ambos en Madrid, que fueron el refugio maravilloso y misterioso de la inte-lectualidad hispana.
Sobre sus mesas cuántos seres curvaron sus vidas en la incertidumbre del destino. Muchos encontraron en las salas maravillosas de los cafés los misterios del espíritu humano.
Los españoles llegaron a Buenos Aires con toda su carga cultural, con todas sus costum-bres y al instalarse en esta tierra cultivaron sus tradicionales costumbres, aquí las mejoraron y aquí las hicieron tan bellas o más que las que esos mismos españoles vivieron en Madrid y Barcelona.
De la belleza del hidalgo espíritu español debería quedar en nuestra Buenos Aires, el temple bohemio que ya no sería hispano, sino que estaría encendido por la porteñidad. Pero antes de que ese sentimiento tuviera vivencia en nuestra ciudad, los descendientes de los conquistadores ya habían fundado en el siglo XVIII los cafés que harían historia, de esta institución que merece nuestro recuerdo. Y lo merece, porque el café es agora de las emociones de sus habitantes.
Recordemos, para iniciar esta escalada romántica y nostálgica de la vida porteña, al «Almacén del Rey», que en 1764 ya figuraba en los documentos oficiales del Cabildo.
Más allá del inicio de la ronda de duendes por los viejos cafés del Buenos Aires colonial, parece interesante que nos preguntemos y nos respondamos: ¿Cómo era el Buenos Aires de aquella época? Veamos lo que dicen los historiadores; Vicente Fidel López, por ejemplo dice: «Por la noche, esta espléndida ciudad de Buenos Aires, que hoy enrojece su atmósfera con los reflejos del gas, presentaba un aspecto desolado, si es que las tinieblas pueden tener aspecto». Las veredas eran de mal ladrillo, húmedas, estrechas, desiguales y temblorosas, encima del barrial en que tenían su asiento. Las había en las calles del Correo (hoy Perú), pero no había muchas más. Buenos Aires era una ciudad baja «aplastada» memora López, y cubierta con las capuchas de los tejados de pésimo aspecto. Tenía, sin embargo, la reputación de la belleza entre las otras ciudades españolas. Esta fama, empero, le viene del espíritu de sus habitantes más bien que de su suelo. En ambos sexos -para decirlo como Vicente F. López-, «ellos eran de espíritu de alma impresionable y simpática, admiradores de las novedades de las civilizaciones».
Lo descripto en el párrafo anterior admite comprender por qué atrajo a los hombres de la capital del Plata, en el año 1764, la inauguración del primer local del café «Almacén del Rey».
Allí, con el correr de los años se instaló un comercio que se llamó «Empanadas Rey» y que finalmente fue el café «La Sonámbula».
La primera mención que los documentos coloniales registran data del año 1779, oportunidad en que el Virrey Vértiz y Salcedo promulgó un auto por el que ordenó a las autoridades que dentro del término de 24 horas debían notificar a la secretaría de la Cámara de Gobierno, la prisión de toda persona decía la orden mal entendida o vagabunda cuya detención se hubiera producido en casa de truco, cafetería u otro lugar donde se hallaran jugando a naipes u otra clase de juegos prohibidos.
Aparece en el Río de la Plata una nueva actividad comercial: «Casa de truco», aunque otra le hace compañía: «cafetería», que prueban ambas la existencia en Buenos Aires de cafés, pero sin ser meros eufemismos. Otros estudiosos e investigadores de la historia aportaron antiguos registros, como el que brinda don José Francisco de Aguirre, que cita en el año 1783, un documento en el que ya figuran listas de cafés y confiterías y posadas públicas. Extensa sería su nómina en este opúsculo por lo que prescindimos de enunciarlos. No obstante, es conveniente decir que la época, aun virreinal, era sintomática en la creación de cafés, dado que situaciones parecidas se producían en otras ciudades americanas. Se fundó en Lima, verbigracia, en 1771, cuando era virrey Manuel Amat y Juniet, un café ubicado en la calle del Correo que sería, seguramente, el primero de la ciudad peruana y cuyo propietario era el señor Francisco Serio. En Montevideo mismo hubo cierta conmoción cuando el francés José Beltrán abrió las puertas de su casa café, en el año 1792. O los que cita Isidoro de María, los cafés «del Comercio», el de «don Adrián», el tuerto, que por la denominación de su propietario sería de inferior calidad y, finalmente el café de la Alianza. Estos locales -dice de María- eran puntos de reunión y de tertulia de los de más copete, que iban al teatro de la Comedia a jugar a la «malilla», al pénche o al truco hasta más tarde, dejando el burro y la biscambra para la familia después de rezar el rosario. Pero difícilmente pasarán de las 10 cuando los portugueses se adueñaron de Montevideo, porque regía el «toque de queda». Se hizo costumbre, entonces, que la hora de la noche terminara con ese toque de queda a las 10.
Salvo, dicen los comentaristas de época, los «engaña pichanga» que se hacían en el «Café de la Gallega» o café del «Agua Sucia».
En los agitados tiempos previos a la Revolución de Mayo, el pregonero lee las novedad que vienen de España

Los jóvenes iracundos
Como consecuencia de la separación del secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, se gestó un movimiento conducido por los coroneles French, Beruti y Dupuy, con el ánimo no oculto de reponerlo en las funciones de las que había sido destituido. A principios del año 1811 se anun-ció de palabra al pueblo que se formaría una Sociedad Patriótica, designándose como lugar de concentración el café del Colegio, frente a San Ignacio, es decir el Café de Marcó.La noticia cir-culó con rapidez tal que al conocerla el presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, ya era corrillo en los lugares populares de la actualidad. Los concurrentes a la reunión debían distinguirse por el uso de una escarapela o cintas de colores celeste y blanco; los organizadores contaban con la protección del regimiento «Estrella», que luego fue denominado «América» comandado por Domingo French y el de Granaderos de Femando VII, cuyo comando ejercía Juan Florencio Terrada.
Saavedra, quizás aconsejado por sus amigos, ordenó detener a los responsables de aquella reunión y a todos cuantos fueran encontrados portando armas o que exhibieran la escarapela celeste y blanca. La Junta, a su vez, contaba con el apoyo de la gente de las barracas y de las quintas y con los componentes del regimiento de Patricios acantonados detrás del colegio carolino. Eran los hombres de los arrabales que comenzaban a ser los «compadritos» que, perdurando en el tiempo, conformaron personajes ya tradicionales en el «tango». Estos sectores se oponían a la actividad de los jóvenes morenistas, por ardorosa y revolucionaria.
Saavedra convocó urgentemente a los miembros de la Junta Grande y decidió mantener el resto de la tropa porteña en armas. En el templado día de aquel 21 de marzo de 1811, la fortaleza donde residía el gobierno se encontraba poblada por 80 jóvenes que habían tenido participación directa en la convocatoria a la reunión del Café de Marcó.
Los jóvenes, interrogados por los jueces, luego fueron liberados por no encontrarles méritos para penarlos. Sólo se impuso una condición para obtener la inmediata libertad: la promesa de no realizar ninguna algazara al trasponer las puertas del Fuerte. No obstante la advertencia y el compromiso, salvadas las puertas, los jóvenes se dirigieron en manifestación por la Plaza Mayor, al grito de «¡Al café! ¡Al café!». Al llegar a lo de Marcó se apoderaron de la sala, abrieron las ventanas que daban a la calle y se hicieron servir aguardiente francés, mientras entonaban las estrofas del poema y canción «La América toda se conmueve al fin», marcha patriótica del poeta Esteban de Luca.
De aquella canción que el poeta De Luca dejó a la posteridad, recordamos uno de los versos de coro, por ser el más conocido y el que mejor representaba el sentimiento de esa época.
La América toda
se conmueve al fin,
y a sus caros hijos
convoca a la lid.
A la lid tremenda
que va a destruir
a cuantos tiranos
ósanla oprimir.
El 15 de noviembre de 1810 se publicó en la Gazeta la «Canción Patricia», cuyos hexasílabos se cantaban en los actos públicos, incluso después de la oficialización de la «Marcha Patriótica» de Vicente López y Planes.

Después de cantar las estrofas más arriba transcriptas, casi espontáneamente se formó la junta de ciudadanos en los salones del café; recordemos que cada día se nombraba un nuevo presidente con sus respectivos secretarios y en cuyas reuniones se debatían asuntos de gobierno relacionados con la marcha del país. Al frente del salón había un palco, al que podía acceder cualquier ciudadano para leer o pronunciar un discurso.
Después del día 21 de marzo de 1811, el corrillo callejero aumentó la importancia de las reuniones en «lo de Marcó», hasta que un día, los organizadores se encontraron con la presencia de 300 personas; se encontraban entre ellos, eclesiásticos, abogados, comerciantes y hasta militares. Tantos jóvenes poblaron aquel salón, otrora tertulia tranquila, que hasta se colmaba el atrio de San Ignacio.
El gobierno, entre tanto, se mostraba expectante, no por la serenidad de sus miembros cuanto por irresolución ante los hechos. Algunos militares, como el capitán de Arribeños Juan Bautista que luego fuera caudillo en Córdoba, solicitó permiso para disolver la reunión a balazos, autorización que denegó Saavedra. Durante las cinco o seis primeras noches todo fue euforia, pero luego comprendieron los jóvenes que cada día o cada noche peligraba la Sociedad Patrió-tica, por lo que resolvieron no realizar más las reuniones en la esquina del Café de Marcó. Así finalizó este hecho histórico del que fue silencioso testigo el negocio de Marcó.
Cuando los acontecimientos producidos por el segundo levantamiento de Martín de Alzaga, esta vez contra las autoridades emanadas de la revolución, en una reunión convocada en el café Monteagudo pronunció una arenga vibrante al arrojar sobre el gobierno la culpabilidad de lo ocurrido en el pueblo de Carmen de Patagones; allí habían sido confinados los compañeros de Alzaga, participantes de la insurrección. Pero Elío desde Montevideo envió un bergantín y logró, finalmente, su liberación; cuentan algunos de los sobrevivientes que en la cubierta de la nave española entonaban la siguiente copla:
Aunque se rompan los sesos
allá en el cafe de Marcos
no evitarán que sus barcos
zozobren o sean presos
Los españoles sabían bien que los jóvenes que se reunían en el viejo café constituían el espíritu de libertad de la naciente república y que el salón del Café de Marcó era propicio para las reuniones políticas.
Por eso lo recordaron como protagonistas de la lucha de la que ellos resultaron perdidosos.


La década de 1820Durante el crítico año de 1820, la esquina de Bolívar y Alsina volvió a ser testigo de hechos que jalonaron los difíciles días fundacionales de la Nación. La puja por el poder de la provincia de Buenos Aires y el fracaso del general Soler, provocó que el coronel Pagola se rebelara contra la autoridad. Pagola penetró en la ciudad y alzándose con el mando, dominó el fuerte, el Cabildo y ocupó la casa café del Colegio en un esfuerzo estratégico por controlar la Ranchería y la Plaza Mayor. El temor cundió por la ciudad; muchas familias huyeron pues se esperaba una lucha en-carnizada; pese todo, la situación fue dominada fácilmente por Dorrego con sus fuerzas, lo que no obstó para que durante dos días y como medida precautoria el mismo Marcó cerrara su nego-cio.El Café de Marcó también fue testigo de la lucha entablada cuando la insubordinación de Tagle a raíz de la reforma eclesiástica ordenada por el gobernador Martín Rodríguez y su ministro, Bernardino Rivadavia. En esa esquina y en esa misma casa se luchó encarnizadamente para reponer el orden en el centro de la ciudad.
Mas no siempre debieron ser acontecimientos políticos los que resalten la vida azarosa de Marcó. Una década y media después, allá por la Navidad de 1836, la ciudad de Buenos Aires vivía horas de tranquilidad; era propietario del café, para esa época, un hombre jovial y animoso, don Francisco Munilla. Para celebrar la fiesta religiosa decidió organizar una serenata. A las 12 de la noche del 24 de diciembre partió del local del Café de Marcó, un piano de los llamados «pierna de calzón» que fue montado sobre una carreta descubierta y acompañado por numerosos instrumentos, entre los que se contaban clarinetes, pífanos, violines y guitarras interpretadas por casi doscientos jóvenes porteños, iniciando el recorrido iluminados por faroles; aquella serenata recorrió las calles de la ciudad finalizando tiernamente en el balcón de Manuelita Rosas.

Conclusión
En Mayo de 1810 el café era la caja de resonancia del pensamiento y del ideario de los jóvenes porteños que pujaban por modificar el destino histórico del país. No era fácil, sin embargo, hallar una explicación sociológica de este fenómeno histórico, dado que el virreinato y, en particular la ciudad de Buenos Aires, no conformaban su estructura económica tal como la conocemos hoy. No se nos ocurre desmesurada esta afirmación; tengamos en cuenta, empero, que tan solo existían dos clases sociales: la burguesía comercial vinculada con el puerto y los propietarios de hacienda, los hacendados, también, aunque en otro sentido, con el mismo vínculo y ello, con el significativo monopolio del comercio que imponían los españoles.
Hasta el siglo XVIII los «pater familiae» del Río de la Plata cubrían el espectro del comercio y estaban, en cierto modo, conformes con los lineamientos monopólicos de ese comercio. El advenimiento de sus descendientes, la necesidad de crecimiento y los ideales de libertad llegados con los informes de Francia e Inglaterra, cambiaron, en cierto modo, el ámbito cultural y la nueva generación comprendió que el mercar no debía tener límites, debía ser universal. Que se debía negociar con todos los países y todos los pueblos o, al menos, con el mundo evolucionado. El Virreinato del Río de la Plata no constituía ni una nación ni un estado independiente. Lo que existía eran provincias dependientes que no remedaban ni la nación ni el estado. Aquellos jóvenes educados en el cerrado escolasticismo bien pronto comprendieron la necesidad de «Libertad» para construir una Nación y una Patria. Comenzaban a derramarse los duendes de un nuevo mundo, de una nueva forma de comprender la vida. El romanticismo comenzó a tener vigencia en la ciudad porteña. Así, entre comerciantes, poetas y pensadores los jóvenes fueron conformando una generación que consolidaría la aventura de la vida a través de la libertad y de la justicia.
Comenzaba la lucha por el pensamiento y el libre juego de las ideas para construir un estado y una patria que, sin duda, sería el primer paso para dar uno segundo que lo ofrecería el brazo hercúleo que empuñara el sable y el fusil, para construir un estado que fortaleciera a la Nación. Y todo esto se pensó en el ágora porteña, en la caja de resonancia del pensamiento de la juventud pensadora, que fue el café.
La hermenéutica de este proceso sirvió para conocer bien nuestros aciertos y nuestros defectos y debe pasar, no lo dudamos, por el cedazo de nuestras virtudes y nuestras imperfecciones. No otro puede ser el sendero de la vida, que nos permita allanar nuestras clau-dicaciones en bien de la grandeza espiritual de la Nación. Este espíritu, como un duende miste-rioso, serpenteaba en la caja de resonancia de los ideales de aquellos tiempos que fue el café porteño y que hoy intentamos afanosamente reivindicar. Esperamos haberlo logrado. Así sea.
Este texto de Jorge A. Bossio fue publicado originalmente en el Cuaderno Nº 7( Mayo 2002) del Café Tortoni.Las ilustraciones pertenecen al Arq. Carlos Moreno
Por estar agotada su edición, se creyó oportuno incluirlo en este número homenaje del Sesquicentenario del Café.


http://sites.google.com/site/buenosairescultural/jorgebossio

miércoles, 13 de julio de 2011

Aviso

Aviso a los bloguistas que pasan seguido por aca. A la compañera Magu se le rompio la PC, por lo tanto esta sin Internet. Asi que su blog " La cajita de las rimas " no se esta actualizando.
Buenas noches.

lunes, 11 de julio de 2011

Una mesa de un bar





Cuantas cosas se mezclan en los bares. Cuantos tipos de gente, de historias. Variedades de diarios, libros, bebidas.
¿ Y como debe sentirse ser una mesa ? Si. Una simple mesa de un bar. Puede ser de plástico, madera o metal.
Escuchar historias de empresarios que cierran un espectacular negocio, cumpleaños, previas de jóvenes para despues ir a bailar, fútbol, política, parejas que se conocen, parejas que se dicen adios, ejecutivos, abuelos que se sientan a recordar, poetas, mentes que alrededor de una taza de café pretenden arreglar el mundo, romances, despedidas de fin de año, personas solas que esperan, noctámbulos, delirios de gargantas con alguna que otra copa de mas.
Cuantas historias habitan alrededor de una mesa. Si ellas hablaran...



viernes, 8 de julio de 2011

Programa de radio



Quiero Vale 4

Programa de Radio. Martes 23hs. Radio


Programa de Radio. Martes 23hs. Radio Punto AM 1280
Antes que termine el día, canta Quiero Vale 4!
Unite a esta charla de amigos en un clima de cafetín.
Todos los martes de 23 a 24hs por Radio Punto AM 1280.
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miércoles, 6 de julio de 2011

Elecciones porteñas

Y este Domingo próximo se vienen nuevas elecciones para Jefe de Gobierno en la Ciudad.
Luego de dos años nos volvemos a reencontrar con las urnas.
Candidatos hay muchos, de diferentes colores. Tambien abundan las críticas o peleas entre ellos. O las soluciones para todo. Tanto que parecerían estar mas al alcance de una varita mágica que de una persona de carne y hueso.
Pero lo que veo que falta es alguien que explique las cosas que prometen de manera concreta. Como las van a hacer, a partir de cuando, en cuanto tiempo o de donde van a sacar los fondos.
Por ejemplo alguien que diga "a esta plata que sobra de acá la usaremos para aumentarle el sueldo a los maestros", " con lo que se recauda de tal lado de a poco vamos a ir ampliando la red de subtes", " una vez que se acumule una determinada cantidad de dinero en el Ministereio de Salud construiremos un nuevo hospital", " tal día empezaremos a refaccionar las escuelas, lo haremos con este establecimiento para luego continuar con aquel otro" 
Promesas y críticas hay muchas. Pero eso hasta ahora nadie lo dijo.

sábado, 2 de julio de 2011

Historia de una noche



Historia de una noche.





 Pablo llamó a su novia para encontrarse horas mas tarde en un bar de Palermo. Se dió una ducha y a los pocos minutos ya estaba fuera de su hogar. En la calle no había nadie. Solo se oía el viento que chocaba contra las ramas de los árboles.
Atravesaba un galpon abandonado cuando descubrió que detras suyo, a una corta distancia, lo seguía un hombre de saco y pantalon negro. Quien iba acompañado de un perro que caminaba a su lado. Aceleró la marcha pero comprobó que era en vano. Estos se hallaban cada vez mas cerca. Llegó a la esquina y dobló por allí. A los pocos metros se detuvo a esperar el colectivo que lo llevaría a Palermo. Miró hacia todos lados con la intención de encontrar a ese individuo pero no lo volvió a ver. Luego subió al ómnibus.
Mientras viajaba hubo un instante en el que este frenó frente a un semáforo. Allí alcanzó a ver que, sentado en el umbral de un viejo caserón, se hallaba ese mismo hombre. Se quedó sorprendido. No sabía como pudo haber hecho para llegar a ese lugar con tanta rapidez. Intentó consolarse con la idea de que solo se trataba de alguien parcido. Que no era él. De modo que lentamente fue tranquilizándose y pensando en otras cosas.
Cuando bajó tomó por una plaza que tenía escasa iluminación. Solo la habitaban unos cirujas que dormían en el pasto. Oyó pasos que avanzaban a sus espaldas. Giró su cuerpo y vió otra vez a ese individuo junto a su mascota. Empezó a correr.
Ya los tenía encima cuando pudo alcanzar la avenida que se situaba al final . La cual contaba con varios negocios y gente caminando. Al volver la vista comprobó que estos en vez de seguirlo empezaban a retroceder. Caminó unas cuadras y llegó al bar donde se encontraría con su novia. Como aún no estaba se sento en una mesa a esperarla.
Lo tenía bastante preocupado esto que le ocurría. No tenía idea quien era ese hombre o por que lo buscaba. Menos aún los motivos por los que aparecía siempre en lugares poco poblados.
Al rato llegó su novia. Pidieron café con medialunas y se quedaron conversando un largo tiempo.Después fueron al cine. Cuando salieron la acompañó a una remisería y se despidieron. Luego tomó el colectivo que lo dejaría de nuevo en su casa.
Al bajar comenzó a caminar por una calle que por esas horas se hallaba desierta. De pronto sintió que alguien tosió. Se dió vuelta pero no pudo ver demasiado a causa de la intensa niebla que había. Apuró el ritmo.
Una vez que atravesaba los últimos cien metros escuchó una voz. Miró hacia atrás y halló de nuevo a ese individuo. También observó que su perro avanzaba a gran velocidad, tenía la boca empapada de espuma y no dejaba de ladrarle. Siguió corriendo hasta sentir como los tarascones que daba le rozaban la ropa.
Fué en ese instante cuando logró ingresar finalmente a su hogar. Allí se preparó un te y se quedó un largo rato sentado en la cocina. Después se acostó.
A la mañana siguiente apenas se levantó caminó hacia la vereda creyendo que encontraría marcas en la puerta o algún otro tipo de desorden. Hecho que jamás ocurrió. Durante el día habló de todo aquello con amigos, familiares o compañeros de su trabajo pero le dijeron que nunca les pasó nada igual.
Las semanas transcurrieron con normalidad sin que Pablo volviera a ver a ese hombre. Tampoco tuvo que afrontar jamás algún episodio similar. Lo que lo llevó a dudar acerca de que si fue algo que realmente le pasó o si se lo imaginó.