sábado, 12 de julio de 2025

En la silla


En la silla 

Sebastián se hallaba sentado en una silla situada en la vereda.

Algunos de tanto verlo lo saludaban. Sebastián respondía con un "hola" o "buenos días, tardes o noches" según el horario. Como la señora que paseaba al perro tanto a la mañana como al atardecer, el señor de camisa que iba al bar situado en la vereda de enfrente, albañiles que se dirigían a una obra que quedaba a tres cuadras de allí o encargados de edificios.

Cuando le agarraba sueño se dormía colocándose una almohada en la parte superior y apoyando la silla contra una pared.

Otros directamente lo ignoraban. Sea porque nunca lo habían visto antes o porque estaban concentrados en sus asuntos. Parejas de muchachos que se abrazaban y besaban, grupos de jóvenes que hablaban entre ellos mientras observaban sus teléfonos o padres que conversaban con sus hijos pequeños.

Se ponía un paragua si llovía, gorro y gafas cuando había mucho sol o una campera gruesa los días de frío.

Un día no volvió a pasar más nadie. Sebastián se quedó sólo, extrañado. Se dio cuenta que nunca pudo entablar relaciones o hacer amistad con ninguno de los transeúntes. Pensaba que a nadie le interesaba detenerse a charlar un rato con él. Creía que los demás lo ignoraban o subestimaban.

Probó llevar la silla a otra vereda. Le volvió a ocurrir lo mismo. Algunos de verlo seguido lo saludaban. Policías, recolectores de residuos, o el dueño un lavadero de ropa situado en una esquina. Él les devolvía el saludo. Pero la gran mayoría no lo registraba. Personas que caminaban apuradas mientras hablaban por teléfono, adolescentes que iban y volvían de la escuela o cuarentones vestidos con ropa deportiva que pasaban trotando mientras escuchaban música.

Hasta que también llegó un momento donde no volvió a pasar más nadie. Sebastián tuvo los mismos sentimientos que aquella primera vez.

Probó una tercera vez. Ahora lo hacía en una avenida donde circulaba más gente. Cajeros y repositores de supermercados, meseros de cafeterías y locales de comida, empleados de bancos, panaderías, carnicerías o comercios de ropa. A esto se le sumaban los clientes que iban y venían más las personas que se dirigían a las distintas paradas de colectivo ubicadas a lo largo de esa cuadra. 

La situación se repetía. Algunos notaban su presencia y otros no. Un día se despertó volviéndose a quedar sólo.

Se enfureció. No sabía porque a nadie le interesaba hablar o mantener algún tipo de vínculos con él.

Más tarde se empezaba a preguntar para sí mismo porque siempre le ocurría esto. Nadie le llevaba el apunte. Le parecía raro que le pasara lo mismo en todos los casos. Una o dos veces podría ser, pero no siempre. No lo entendía. Comenzaba a pensar si el problema era él. Que algo dentro suyo no funcionaba. Nunca intentó levantarse de esa silla. Tampoco iniciar alguna conversación o interesarse más por las personas que lo saludaban. Simplemente decía "hola", "buenos días, tardes o noches" según el momento. No podía saber claramente porque estos hechos se le repetían.

Esas dudas empezaban a invadirlo. No volvió a intentar cambiar otra vez de lugar porque sentía que le iba a ocurrir lo mismo.

 

9 comentarios:

maría cristina dijo...

Hola Gustavo! Un personaje que no se levanta de su silla! Creo que Sebastián es un robot, vi una serie en que parecen humanos! Un abrazo!

Conchi dijo...

Un final muy triste ¿Qué le pasó a todos para que dejaran de pasar?.

Abrazos.

stella dijo...

Se dio cuenta demasiado tarde que para socializar hay que estar dispuesto a levantarse...
a veces...nos aferramos al sillón....en este caso "la silla"
Me ha gustado Gus, un abrazo

Gustavo dijo...

Hola María Cristina. No es un robot, ni sueños. Son personajes e historias inventadas. Que tengas una linda semana

Gustavo dijo...

Hola Conchi. No se, es una historia. En nuestras vidas también llega y se va gente. Te mando un abrazo!

Gustavo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gustavo dijo...

Hola Stella me alegro que te haya gustado. Onda que a veces nos refugiamos o aferramos a la zona de confort, la soledad, comodidad, no se. O a veces en vez de actuar pensamos demasiado, volvemos a pensar... Cada persona es distinta. Y por ahí dejamos pasar cosas y momentos y después al ver que no volverán nos arrepentimos.
Otro abrazo para vos!

J. S. Vila dijo...

Caramba, la curiosidad en el relato, sería la de saber aquello de porque dejaba de pasar gente por la vereda, estuviese en la que estuviese...

Gustavo dijo...

Hola Vila. Si, es todo un misterio. Sera porque la gente no le llevaba el apunte ni le interesaba hablar con Sebastián o porque Sebastián nunca se animó a levantarse de esa silla que era su zona de confort o intentar iniciar una charla con las personas que lo saludaban. Todo un misterio jajaja. Saludos