La sed de Roberto
Eran las dos de la tarde. Roberto no daba mas de la sed. Estaba en Corrientes y Talcahuano. Fue a un kiosco. Eligió un agua saborizada. La puso en el mostrador para que se la cobraran. El encargado el dijo que no podía llevarla. Roberto asombrado le preguntó los motivos y este le dijo que no sabía. Pero tenía orden de no vender esa bebida. Le pareció ridículo. Fue a otro kiosco y obtuvo la misma respuesta. Probó en varios mas sin obtener éxito alguno. Solo en uno le dijeron que mirara en la etiqueta del envase si no había algun número de teléfono e intente llamar allí. Se fijó. Aparecía el de una sucursal con domicilio en el norte del Gran Buenos Aires.
Tras sentarse en un banco que había en Diagonal Norte intentó comunicarse con ese sitio pero nadie atendía. Hasta que pasados mas de treinta minutos tuvo la suerte de hablar con alguien. Quien le respondió que no sabía nada. Le pasó con un superior. Este le contestó que si bien desconocía las razones aparentemente se trataba de un problema en las botellas. Le dio un número de la empresa dedicada a embotellarlas. Colgó y llamo allí.
Luego de escuchar reiteradamente un disco avisando que estaban todos los operarios ocupados Roberto oyó finalmente una voz. Quien le explicó que eso era imposible. Debido a que a ellos les llegan los diferentes jugos que lo van almacenando en tanques según el sabor y posteriormente se dedican a envasarlos. Volvió a pasale el teléfono de la sucursal donde habló anteriormente. Roberto le hizo saber que ahí le dieron el número de esa empresa. La voz que atendía del otro lado le respondió que no podia hacer nada mas. Que el problema no es de ellos.
Ya eran mas de las cuatro. Pudo comunicarse de nuevo con esa sucursal después de haber realizado varios intentos fallidos. El que atendió no tenía idea de lo que Roberto le decía y le cortó. Una vez que pudo hablar con otra persona esta le explicó que a lo mejor se trataba de un problema en la planta embotelladora. Roberto enojado levantó la voz argumentando que ya le habían dicho eso. A lo que este último le comentó que quizás era otra cosa que desconocían. Pero le aconsejó que siga probando comprarla en cualquier kiosco porque se la deberían vender si o si. Ante la duda de Roberto sobre sus palabras esta persona llamó a otra. Esta también le explicó que era imposible que se la negaran ya que uno es el que elige y tiene derecho a consumir lo que se le antoje.
Roberto entonces siguió yendo a varios kioscos buscando esa ansiada bebida. En todos sus encargados le respondieron que tienen prohibido venderla. Preguntaba acerca de los motivos. Ninguno sabía con exactitud. Decian que recibían órdenes de la empresa.
Enfadado, tomo su moto y fue a la dirección que figuraba en la etiqueta. Tardó mas de una hora en llegar. Era un enorme galpón que ocupaba casi toda la cuadra. En un rincón había una oficina. Tocó timbre. La puerta se abrió. Una chica que se hallaba en un escritorio frente a una computadora le dijo que tomara asiento y espere. Una vez que la chica se desocupó Roberto le explicó sobre su situación. Esta última no tenía el mínimo conocimiento. Roberto preguntó si no se hallaba nadie mas. A lo que le encargada le contesto que a la noche ella se va y viene el personal de seguridad. Roberto empezó a impacientarse. Le pidió que se calmara. Le dijo que a lo mejor había una falla en la planta embotelladora o la que se ocupa de darle el sabor. Pero que ella no sabía nada. Además de recomendarle que intente llamar nuevamente al numero que figuraba en el envase. Enfurecido. Roberto, tras darle unos insultos, agarró su moto y se fue. No sin antes arrojar una piedra sobre la puerta de aquella oficina.
Nuevamente en Capital se sentó en plaza Lavalle. Llamó otra vez a esa sucursal. Volvieron a decirle que a lo mejor era algo de la empresa embotelladora. Roberto empezó a gritar que ya le habían dado no se cuantas veces ese argumento. Entonces le pasaron el teléfono de la fábrica dedicada a ponerle los diferentes gustos explicándole que quizás el origen del problema estaba allí. Roberto colgó y se comunicó con ese número. El que atendió le pregunto quien se lo había dado. Roberto le comentó. Éste le dijo que eso era imposible. Tras recomendarle que llame de nuevo a quien se lo dio le cortó.
Sin éxito, Roberto probo ir a varios kioscos para ver si alguno le vendía aquella agua saborizada. La respuesta era siempre la misma. Que lo tenían prohibido por órdenes superiores.
Eran mas de las siete de la tarde. Apoyado en su moto que la tenía estacionada en la calle Uruguay llamó a Defensa del Consumidor. Allí ademas de el nombre, apellido, edad, le preguntaban cosas como numero de DNI, dirección, teléfono, profesión, si vive solo o con alguien mas, en casa, departamento, si alquila o son de su propiedad, si es casado, tiene hijos. Entonces Roberto ante tantas preguntas que no tenían sentido colgó.
Harto de toda esa situación ridícula agarró otra vez su moto para dirigirse a su domicilio.