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martes, 8 de septiembre de 2009

La situacion de la mujer

LAS MUJERES EN EL MUNDO DEL TRABAJO, LA CULTURA Y LA POLÍTICA

¿De igual a igual?

Cuando Silvia se postuló en el concurso para profesora adjunta de la Cátedra de Neurología de la Facultad de Medicina de la UBA, fue la única aspirante mujer a ese cargo. Rindió bien el examen y lo ganó, pero inmediatamente el jurado le preguntó cómo iba a hacer para compatibilizar su vida privada –hijos y marido– con su vida pública; cuestionamiento que no le hicieron a ninguno de los varones que se presentaron. Algo similar le ocurrió a Marcela: «Fuimos seis los postulantes, cinco varones y una mujer. Como fui la única que aprobó, no tuve que competir en la terna que eleva el Consejo de la Magistratura al Senado. No me imagino cómo habría sido mi situación si hubiera tenido que compartir la terna con un postulante varón». Pero, después de haber sorteado varias entrevistas y el riguroso examen para acceder al cargo de jueza, debió vencer un último obstáculo: la impugnación –por un requisito de forma– de la postulación efectuada por otro aspirante al cargo (varón) que derivó en la sustanciación de un trámite que le llevó unos siete meses. Hoy, Marcela Alomar es jueza de paz de Guaminí, departamento Judicial de Trenque Lauquen, y la neuróloga Silvia Kochen es profesora de la UBA, jefa del Centro Municipal de Epilepsia del Hospital Ramos Mejía e investigadora del Conicet, además de fundadora de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

Historicamente, en la Argentina y en el mundo, las mujeres han estado en una situación desventajosa en todos los ámbitos de la vida pública, y sólo en las últimas décadas han logrado una mayor participación en distintas esferas de la sociedad de manera sostenida y valiosa, aunque la equidad sigue siendo una asignatura pendiente.
La primera irrupción masiva de las mujeres en el mercado laboral, en la década de los 60, significó en muchos casos el desarrollo profesional y una mayor autonomía económica, y fue en parte el resultado de la importante lucha de los movimientos de mujeres en la creación de una conciencia de género para enfrentar situaciones de discriminación y subordinación. Sin embargo, a partir de la década de los 90, el trabajo femenino ha funcionado como mecanismo de ajuste y flexibilización laboral y como compensación para sostener el ingreso familiar.
Según los fundamentos de la ley provincial 13.574, de Organizaciones para el cuidado integral de niños y niñas, los hogares sostenidos por mujeres en el área metropolitana de la provincia de Buenos Aires se representaban a finales de ese decenio entre un 29 y un 31% del total. Pero esta salida al mundo del trabajo no se tradujo en menor carga de tareas domésticas. Por el contrario, se convirtió en una sumatoria de esfuerzos que se agregaron a las tareas tradicionalmente realizadas por las mujeres. Además, aunque esa inserción en el mercado del empleo remunerado abrió un amplio abanico de oportunidades en puestos donde sólo había presencia masculina, en su gran mayoría corresponden a ocupaciones de baja productividad, inestables y con escasa o nula protección social. Las estadísticas muestran que, en general, las mujeres ganan un 30% menos que los varones en puestos de igual rango (OIT, 2007).
Para la abogada e investigadora del Conicet Laura Pautassi, «cuando dos personas, varón y mujer, con iguales capacidades de nivel educativo alcanzado y las mismas potencialidades de desarrollarse en el ámbito del empleo remunerado no reciben un tratamiento igual, tanto al momento de ingresar al empleo como a lo largo de toda su trayectoria laboral», existe discriminación de género.
Para la autora del libro ¡Cuánto trabajo mujer!, esto se puede visualizar en dos situaciones: el fenómeno conocido como «techo de cristal», que alude a las dificultades de las mujeres para prosperar en sus carreras o superar ciertos umbrales ocupacionales, y el «piso pegajoso», que se refiere a la concentración femenina en puestos de trabajo de poca calificación y movilidad, con bajas remuneraciones y escaso acceso a la capacitación laboral. Estos problemas también están relacionados con la menor disponibilidad de tiempo debido a las responsabilidades y ocupaciones familiares de las que se hace cargo el género. «Las mujeres están presentes solamente en algunos tipos de actividades, obviamente en aquellas que tienen que ver con la fundación del estereotipo: lo educativo, lo asistencial, las fórmulas auxiliares del cuidado del otro; están presentes en el comercio, en menor cuantía en el mundo de la producción y desaparecen en aquellos puestos denominados exclusivos para varones. Desde luego, en los más jerarquizados tampoco se las ve, aun en aquellas actividades para las cuales parece que su mandato se corresponde», reflexiona la socióloga e historiadora Dora Barrancos.
«Hay trabajos que están feminizados en función de los salarios. Está demostrado que cuando se van bajando los mismos, ingresan más mujeres, incluso esto se visualiza en las carreras como medicina. Cada vez ingresan más mujeres a la carrera porque se sabe públicamente que el sueldo de los médicos fue bajando», comenta Alejandra Angriman, delegada de la Asociación Agentes de Propaganda Médica y la secretaria de Género e Igualdad de Oportunidades de la CTA.
Por un lado, la falta de autonomía económica es un factor de riesgo de pobreza. Según un informe de la Cepal (2004), la mitad de las mujeres mayores de 15 años de América latina no tiene ingresos propios y el número de hogares monoparentales encabezados por mujeres se ha incrementado en los últimos años. Del 80% de la humanidad empobrecida, el 70% son mujeres. Pero por otro lado, las relaciones de empleo no sólo representan condiciones económicas: también marcan posiciones de poder y reconocimiento social. Más aún entre las mujeres, quienes encuentran en estas relaciones herramientas de autorrealización y de fortalecimiento de la autoestima debido las dificultades que tuvieron que atravesar para introducirse en el mundo del trabajo. El empleo no solo proporciona ingresos, también vínculos sociales.

Sin compromiso

En este contexto, y a pesar de los logros, hablar de participación equitativa en los espacios de decisión parece una utopía. «Conversando con un dirigente cooperativo, éste me decía que en su entidad, la mayoría eran varones porque muchas veces las mujeres no se lucen –dice Tatiana Mussato, vocal del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos–. No lo decía en detrimento de las mujeres en general sino porque en su cooperativa no había cuadros de mujeres más formados. Al mismo tiempo, yo me preguntaba si los hombres que estaban allí eran cuadros súper formados y capacitados En muchos casos, las mujeres dicen: para qué me voy a complicar, no quiero entrar a competir, no quiero perder tiempo para que después no tengan en cuenta mis opiniones porque son opiniones de mujer», indica la mendocina, activa militante de distintas organizaciones sociales, advirtiendo que muchas de sus compañeras pueden participar en distintos ámbitos porque son solteras o no tienen obligaciones familiares.
En uno de los sectores donde más se puede ver el avance de la mujer es en la política. Para Barrancos, la Ley de cupo femenino aprobada en 1991 (30% obligatorio en el Congreso Nacional) «vino a resolver el hiato que existía entre el derecho acordado y la expresión real de ese derecho. Cuando no se cumple, el Estado, los poderes públicos, tienen que intervenir con medidas positivas, con medidas obviamente discriminatorias que favorecen a los que están en una posición inferior», sostiene la autora de Mujeres en la sociedad argentina, reclamando al mismo tiempo una mayor paridad en los cargos electivos. En este punto, cabe destacar la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que sin decirse feministas, colocaron a las mujeres, como nunca antes en la historia, y en un momento en que la representación política había implosionado, en la arena pública, convirtiéndose en un sujeto político inédito en el mundo.
Según la OIT, la participación de la mujer en los espacios de representación política, social y gremial es un camino necesario para revertir las discriminaciones persistentes en el mundo del trabajo. En ese sentido, la Ley de cupo permitió incrementar la presencia femenina en el Parlamento, que en 2005 llegó al 35,3% de las bancas en la Cámara de Diputados y el 41,7% en la de Senadores. En el Poder Ejecutivo, la presencia de Cristina Fernández, primera presidenta mujer elegida por los votos, y de tres ministras, muestra un avance significativo en el empoderamiento de las mujeres en espacios estratégicos de decisión. Sin embargo, como sostiene la diputada Diana Maffía, hay desde muchos sectores, fundamentalmente los medios de comunicación, una «banalización del rol de la mujer en la política». La doctora en Filosofía sostiene que «si le fuera mal a Cristina, sería un problema para todas las mujeres. Y dirían: “¿Para esto querían una mujer en la política?”. Pero cuando a un ministro le va mal, nadie dice: “¿Para esto querían un varón?”». Del mismo modo podría haberse interpretado el insulto que recibió la diputada Patricia Bullrich por parte de su colega Jorge Montoya, que la tildó de «atorranta», apelando a una descalificación ligada a su condición de mujer y no a un cuestionamiento de su accionar político. Si se compara estos dichos con el modo en que, hace ya un año, cuando se votó la resolución 125, Carlos Kunkel calificó a Felipe Solá –le dijo «traidor»–, es claro que, en este segundo caso, y seguramente por tratarse de varones, la valoración fue de carácter político y no relacionada con su posición de género.
En el mundo de la cultura las cosas no son tan diferentes. La historiadora Linda Nochlin, en su libro Arte y Política habla de «un desplazamiento a oscuras» de la mujer en la historia del arte como sujeto creador, además de plantear los prejuicios hacia lo femenino en la cultura en general.
De brujas y hogueras

A lo largo de la historia, centenares de mujeres se valieron de diversos recursos para acceder al arte y a la producción de conocimientos. Uno de los más emblemáticos es el caso de Juana de Asbaje, que en la mitad del 1600 se disfrazó de hombre para entrar a la universidad y al no poder continuar, tomó los hábitos y adoptó el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz para poder estudiar.
«Para la mujer, dedicarse al arte, en otros tiempos, era una gran osadía –expresa la actriz Leonor Manso–. En la época de la colonia estaba Trinidad Guevara, una mujer que se atrevió a pisar un escenario desdeñando los ataques de la moral en boga que consideraba a las artistas como “cómicas”, poco dignas del respeto social. Ella provocaba por el simple hecho de ser libre. Durante siglos nos tildaron de brujas, nos quemaron en la hoguera. Creo que no es casual que justamente ahora que las cuestiones de género se están equiparando un poco, haya un recrudecimiento de violencia machista hacia la mujer».
La actriz rescata el surgimiento de directoras y guionistas jóvenes. Según la protagonista de Luisa, esos espacios siempre estuvieron liderados por hombres. «Cuando les decía a algunos conocidos que iba a dirigir Esperando a Godot –cuenta–, veía sus caras y pensaba que me estaba metiendo en una cosa gorda. Con el tiempo me di cuenta de que si eso lo hubiera dicho un hombre, no habría habido ningún cuestionamiento, nadie habrían puesto cara de terror como la que me ponían a mí».En los ámbitos deportivos, las mujeres siempre fueron vistas como frágiles y vulnerables. Hoy, a fuerza de perseverancia, resistencia y lucha, hay cada vez mayor presencia femenina en disciplinas deportivas tradicionalmente masculinas como las artes marciales, el boxeo y el fútbol, entre otras. Un excelente ejemplo es el caso de Marcela «La Tigresa» Acuña, quien fue punta de lanza para introducir en nuestro país el boxeo femenino como una disciplina reconocida. También las Leonas (seleccionado femenino de hockey) jugaron en este espacio un papel preponderante.
También en la esfera de la ciencia y la tecnología la participación femenina tuvo, tradicionalmente, un carácter de excepción. Con el objetivo de analizar la situación de género en el sector y visibilizar su evolución en los últimos años, un grupo de investigadoras creó la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT). En el procesamiento de datos, la Red evalúa distintos parámetros: sexo, disciplina, categoría, franja etárea, entre otros. «Si se toma la cantidad de mujeres en total en relación con la cantidad de hombres en total, no hay diferencias, pero se produce el efecto pirámide, esto quiere decir que hay más mujeres en los puestos inferiores, a medida que aumenta la jerarquía en el cargo el número de mujeres va decreciendo y en los estratos superiores, la presencia femenina prácticamente desaparece». Uno de los puntos invisibilizados son las becas de doctorados, que generalmente requieren el traslado al exterior. En ese aspecto se advierte una limitación importante para las mujeres, porque no se prevén formas especiales para poder cursarlas. Una solución sería ofrecer becas fragmentadas para que las investigadoras dejen sólo por un tiempo a su familia y no por todo un año. Esto no preocupa a los varones, porque es la mujer es la que generalmente se queda cuidando a los hijos», señala Kochen.
De acuerdo con los estudios, en el mismo grupo de edad es mayor la cantidad de investigadores casados con hijos que de investigadoras porque muchas mujeres, para poder desarrollarse profesionalmente, postergan la maternidad. «Lamentablemente, sin la posibilidad de doctorarse es muy probable quedar fuera de la carrera de investigador», afirma la neuróloga.
La investigadora reconoce que, desde hace dos décadas, las cosas están cambiando positivamente. Ahora las becarias tienen la posibilidad de hacer uso de licencias por maternidad y guarderías. «Por primera vez en la historia, el Conicet tiene una mujer como titular del directorio, pero en las otras instancias de decisión, las mujeres continúan siendo minoría», comenta Kochen. Según la RAGCyT, en el organismo las investigadoras ocupan el 53,5% de las categorías iniciales y solo el 9,6% del rango más alto.
Hace seis años se sancionó la ley de cupo gremial femenino, pero la mayoría de los sindicatos la violan sistemáticamente. El Inadi, junto con la CGT y la CTA, constituyeron un observatorio para el monitoreo de la ley, que va a estar coordinado por la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades entre Varones y Mujeres del Ministerio de Trabajo y por el Consejo Nacional de la Mujer. La discusión no es sólo salarial sino también sobre condiciones de trabajo. En la CGT, de las 25 secretarías que conforman el consejo directivo, sólo dos están a cargo de mujeres, lo que representa el 8 por ciento. En tanto, en la CTA hay 20 secretarías en total, y seis en manos de mujeres; lo que representa el 30% indicado por la norma. «Quizás esto tenga que ver con el hecho de que el 62% de sus afiliados son mujeres, por el tipo de sindicatos que agrupa la central: Estado, educación, sanidad y además porque es una central de jubilados y desocupados. Éste último grupo está integrado por organizaciones territoriales y barriales donde la presencia femenina es muy fuerte –sostiene Angriman–. En los movimientos sociales hay liderazgos de mujeres, porque allí se juega la vida en forma directa, la supervivencia de la familia y la dignidad de lo cotidiano. En las organizaciones sociales, el 70% son mujeres, pero esto no significa que los que se sientan en la mesa grande a discutir también lo sean», advierte.

Hermanas, madres y abuelas

Para la dirigente sindical, las responsabilidades familiares (niñez y adultos mayores) y los temas domésticos siguen siendo cuestiones de mujeres. «La discusión fundamental tiene que ver con la reproducción social –dice, mientras su hijo la espera en otra sala para que lo acompañe luego a su clase de inglés–, un asunto no tematizado por el conjunto de la clase trabajadora mundial y que recién ahora se está abordado por el enorme impulso femenino. Estos temas son siempre resueltos por cadenas de mujeres: madres, abuelas, hermanas, tías o vecinas, ya que tampoco son visibilizados por los compañeros más progresistas y comprometidos».
En este escenario, la maternidad continúa siendo un obstáculo para avanzar en las posiciones estratégicas de decisión, un espacio en el cual las voces siguen siendo mayoritariamente masculinas. «Conciliar la maternidad con el trabajo es el problema social más importante. Las mujeres están incorporadas al trabajo definitivamente, falta que el sistema laboral sea compatible con la familia», sostiene Irene Meler, del Foro de Psicología y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. El ámbito empresario es un de los más duros y menos flexibles a la hora de abrir espacios a las voces femeninas. «Las mujeres de las cámaras empresarias nos piden apoyo y acciones afirmativas para pelear decisiones en los cargos de administración, contralor y gerenciamiento. Por eso –comenta la titular del Inadi, María José Lubertino– constituimos la Red de Empresas por la Diversidad, para entrenar a las áreas de recursos humanos para desarrollar planes de igualdad dentro de las empresas». Según Laura Di Marco, autora de Las Jefas, sólo en el 40% de las empresas argentinas hay mujeres en los cargos ejecutivos. «No hablamos de CEOs, la función máxima, sino de gerentas o directoras», acota.
Todas las entrevistadas por Acción coinciden en que, más allá de la capacitación y formación alcanzada por las mujeres, incluso en algunos casos superiores a sus pares varones, la palabra femenina tiene un menor peso que la masculina. También concuerdan que los liderazgos ejercidos por las mujeres se estructuran de manera distinta que los de los varones: apuntan, en general, al diálogo, el intercambio de ideas y el trabajo en equipo.
«En la práctica, es más difícil imponer órdenes siendo mujer, sobre todo en ámbitos como el policial, cuyas autoridades superiores generalmente son varones. Tengo el convencimiento que la autoridad no se ejerce ni se gana con gritos ni inspirando temor sino con un trabajo cotidiano arduo y sobre todo con el ejemplo, demostrando contracción al trabajo y coherencia con una línea de conducta», sostiene la jueza Marcela Alomar.
Son innumerables los ámbitos en los cuales la intervención de la mujer sigue siendo relegada a segundos planos. Como dice una representante del género que ha accedido a un importante cargo de decisión, la ministra de la Corte Suprema, Carmen Argibay: «Nunca será una antigüedad seguir hablando de la necesidad de aumentar la participación de las mujeres, sobre todo en el espacio público, donde somos casi invisibles. Es importante para que la mitad de la población tenga su representación y su voz». Para que eso ocurra es necesario un cambio cultural y un nuevo contrato social entre mujeres y varones que lleve al terreno de lo concreto todas las manifestaciones declamatorias.
Silvia Porritelli

www.acciondigital.com.ar

4 comentarios:

Carmen Rivero Colina dijo...

Hola Gus, este si que es un tema agudo...para nada estamos en igualdad de condiciones...es cierto que hemos avanzado mucho, pero aún falta más. Te pongo un ejemplo, al menos aquí en España una mujer y un hombre en un mismo puesto de trabajo no ganan igual, al menos no en la empresa privada. Es un rollo...
Oye muy buena semana para ti también y aver si logras un huequito para escribir esos cuentos tan buenos y lo llevas para la revista.
Un beso igual de grande que el anterior y el abrazo...pues...también.

Gustavo dijo...

Hola Carmen como andas. Si aca en Argentina pasa mas o menos lo mismo. Por mas que la presidenta sea una mujer y hayamos avanzado en ese tema aun estamos muy lejos de alcanzar la igualdad de generos. Te mando un abrazo y que andes bien. Algun dia con mas tiempo ya voy a estar poniendo mas cosas en el blog. Chau

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