sábado, 7 de diciembre de 2024

En la cabeza

 

En la cabeza

Ricardo vivía acompañado de Henry, su gato. Una noche al volver del gimnasio sintió un fuerte dolor de cabeza. Se duchó, tomo un analgésico y se fue a dormir. Pensó que por ahí le cayó mal el sándwich de milanesa que comió al mediodía. Henry se hizo un espacio en la cama acostándose a su lado. 

A la mañana siguiente el dolor ya se le había ido. Por precaución desayunó té con tres galletitas de agua. Después le sirvió la comida a su mascota y fue a tomar el subte que lo dejaba en la zona de Tribunales. Allí trabajaba en una escribanía. 

Ricardo hacía más de tres años que había terminado con Natalia, su ex pareja. Aunque entre ambos seguía habiendo amistad. Cada tanto se juntaban para tomar algo o se mandaban mensajes. Por ahora estaba cómodo así. Viviendo en un dos ambientes junto a su mascota.

Otra tarde los compañeros de la escribanía donde trabajaba lo veían rascarse constantemente la cabeza. Incluso a veces lo hacía con las dos manos. Le preguntaron si estaba bien. Ricardo les hizo saber que hacía horas que sentía fuertes picazones pero nunca le había pasado antes. Le recomendaron visitar a un médico.

Ya en su casa Ricardo se cambió, le puso alimento y agua a Henry y fue al gimnasio. La picazón se le había ido. 

Al regresar se ducho. Después se preparó para cenar ensalada y pollo a la plancha. De postre dos bananas. Luego terminó de ver los dos capítulos finales de la serie que estaba siguiendo y se fue a la cama. Henry lo acompañó. Ricardo lo acarició hasta quedarse dormido. 

Tenía dos hermanos. Uno era tres años mayor y otro cinco menor. Ricardo era el del medio. Tenía cuarenta y dos. A Cristian, el más grande cada tanto iba a visitarlo a su departamento. Santiago, el mas chico hacía tiempo que vivía en España.

Una vez Cristian lo invitó al cumpleaños de David, su sobrino. Era el viernes a la noche. Faltaban tres días. Éste llegaba a las dos décadas de vida. Ricardo se sorprendió con lo rápido que pasaba el tiempo. Se acordaba cuando lo tenía en brazos. 

Sin embargo faltando pocas horas para el evento le mando un WhatsApp avisando que no iba a ir. Otra vez tenía cefaleas. 

Esto ya le estaba empezando a preocupar. Anteriormente solo cada tanto tenía náuseas, sudoración y dolores de cabeza cuando alguna comida le caía mal. O si tenía fiebre. Ahora se le repetía cada vez más seguido. Tampoco nunca antes le había picado la cabeza. 

Pidió turno con un neurólogo. Mientras tanto, a pesar de estos hechos no dejaba de hacer su vida. Un sábado fue a cenar con cuatro amigos. Los conocía de hacía bastante tiempo cuando jugaba al fútbol los martes y viernes por la noche. Ricardo junto a otro amigo se cansaron y dejaron. El resto ahora lo hacía solo una vez por semana. Sentían que el físico ya no les daba para jugar dos días. Comieron pizza con cerveza. Después continuaron la salida en un bar. Dos de ellos estaban casados y tenían hijos. Uno se había separado hace varios meses. También había otro que al igual que Ricardo nunca pudo tener relaciones duraderas. 

A la mañana siguiente Ricardo se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Primero pensó que era el alcohol. Pero al rato le llamó la atención que no tenía ganas de vomitar. 

Llegó el día de la visita al médico. Ricardo le habló de su situación y éste le recetó hacerse una radiografía y tomografía craneal. También le dijo que volviera con los resultados. 

Otra mañana Ricardo desayunó café acompañado de tres rodajas de pan con manteca y mermelada como lo hacía habitualmente. Al terminar le puso agua y comida a Henry. Luego fue a tomar el subte que lo dejaba en la zona de Tribunales. 

Sin embargo debió bajarse en la estación Pasteur. No soportaba la picazón en la cabeza. Le daba vergüenza que los demás pasajeros miraran la forma en que se rascaba. Mandó un WhatsApp a la escribanía avisando que llegaba más tarde. Compró una tira con analgésicos en una farmacia. Luego fue a la pileta de un baño de un local de comidas rápidas. Abrió una canilla y tomó un comprimido. También se mojó la frente y cuero cabelludo.

Caminó hacia la plaza Houssay donde se sentó un rato. A la hora ya estaba mejor. La picazón se le había ido. Fue a tomar el colectivo 99 que lo acercaría a su lugar de trabajo. 

A la tarde de un jueves Ricardo volvió a ver al neurólogo ya con los resultados de todos los estudios. Éste los revisó y noto que había algo extraño. Como si habría un cuerpo dentro del cráneo presionaba para salir. Nunca había visto algo así anteriormente. 

Le recetó un electroencefalograma. 

Ricardo salió bastante asustado. Jamás se imaginaría esa respuesta. Ahora por las dudas pensaba consultar con otro especialista para ver si coincidía. 

Llegó a su casa y se miró la cabeza en el espejo. Observo que en la parte de la nuca por debajo del pelo color negro ondulado le había crecido pasto. Se quedó paralizado. Permaneció contemplando un largo tiempo. Se toco esa parte y se quitó trozos de césped. 

Mientras tanto los dolores y picazones no paraban de aquejarlo. 

Como aquel domingo que fue a la Reserva ecológica con los amigos con los que había ido a comer pizza pero tuvo que irse antes al no sentirse bien. O la noche que quedo en verse en un bar con Natalia y una amiga suya pero por los mismos motivos debió suspender el encuentro. Comenzaba a tener miedo que esos episodios le pasaran en cualquier lado. Por eso rechazó la propuesta que le hizo su hermano para ir a ver a Divididos excusándose que tenía un cumpleaños. 

Una mañana llegó a la escribanía y sus compañeros se asombraron al verlo. Observaron que su cabeza estaba llena de pasto. Ricardo dijo que no era nada. Mintió diciendo que estaban cortando el césped en la plaza Lavalle y con el viento se le fue al cabello. Cuando regresó le pasó algo parecido en la cola del super donde compraba habitualmente. Empezaba a sentir que lo miraban raro. Fue al gimnasio y se repitió la misma situación. Las personas con las que tenía más confianza le decían que tenía el pelo lleno de pasto. 

Cuando regresó a su departamento fue a ducharse. Al mirarse al espejo notó que el pasto le había crecido por toda la cabeza. Solamente le quedaba algo de cabello original en la parte de atrás. 

Esta imagen lo deprimió. Optó por no bañarse. Se acostó. Pensaba en no ir más al gimnasio, tampoco verse con sus amigos ni con su hermano o ex pareja. Temía a que lo vieran de ese modo. Recordaba todos los encuentros que terminó suspendiéndolos a último momento o yéndose antes por los malestares que le venían. Tampoco tenía ganas de seguir yendo a trabajar. Pero por otra parte sentía que el trabajo no lo podía dejar porque sin él se moriría de hambre. Pensaba ir con una gorra pero dudaba si en la escribanía la aceptarían. Recién se pudo dormir pasadas las tres de la mañana. Al día siguiente Henry lo despertó tocándole la cara con sus patas. Ricardo se sorprendió al ver la habitación tan iluminada. Miró el reloj. Vio que eran más de las 12 del mediodía. Al ver el teléfono se encontró con decenas de WhatsApp y llamadas perdidas de la escribanía donde trabajaba. No sabía que hacer que escusa inventar. Apagó el celular. Le puso agua y alimento a Henry. 

Fue a sentarse al sillón. Al poco tiempo el dolor de cabeza volvía a invadirlo. Caminó al baño para tomar un calmante. También se mojó la cara y lo que antes era el cabello. Luego regresó al sillón quedándose dormido. Se despertó pasadas las cinco de la tarde. La cabeza ya no le dolía. Se sacó la ropa y se dirigió hacia la ducha intentando despabilarse. Después de las 20hs comió una manzana y se fue a dormir. 

Ricardo decidió pasar los días así. Solo salía de su hogar para comprar alimentos tanto para él como para Henry. Cuando lo hacía se ponía una gorra y un buzo con capucha para no llamar la atención. No prendía el celular porque no quería saber nada del mundo exterior. Una tarde después de ducharse se animó a mirarse al espejo. Vio que el pasto estaba mucho más alto. Sumado a que le habían empezado a salir yuyos en la parte de la nuca. No dejaba de lamentarse. Mas allá que ahora mucho ya no le preocupaba porque permanecía todo el tiempo encerrado en su departamento.

Pasadas las 21hs se acostó. A la mañana siguiente Henry volvía a tocarle la cara con sus patas pero Ricardo permanecía inmóvil. Le lamió la pera pero seguía igual.

Semanas después fue Cristian a ver lo que ocurría. Este había recibidos mensajes tanto del jefe de Ricardo como de algunos compañeros del trabajo y amigos. Se sorprendió al verlo tirado en la cama boca arriba. Con la cabeza cubierta de pasto, un tronco con ramas llenas de hojas que emergía del interior del cráneo y extensas raíces que le brotaban de la boca llegándole hasta el pecho. 

 

1 comentario:

maría cristina dijo...

Un relato impresionante, Gustavo! Volviste 😀!!! Un abrazo!