El criadero
Roberto y Elena eran
propietarios de un campo en la provincia de Corrientes. Tenían vacas, chanchos,
gallinas, árboles frutales. Producían quesos, dulces, jugos, huevos. Aunque en realidad los que hacían esos trabajos eran los
peones y obreros. Quienes a la vez eran dirigidos por capataces.
Aquel matrimonio
además se repartía su tiempo entre un lujoso piso que tenían en la ciudad de
Corrientes frente al rio Paraná y otro en Recoleta, en la ciudad de Buenos
Aires. Durante los meses de verano la pasaban en un chalet situado en La Falda
con vista a las sierras y en otro ubicado en una zona residencial de Pinamar.
De estos también eran dueños.
Hace un tiempo,
producto de la cada vez mayor sequía, sumado al aumento del precio de los
combustibles, alimento de los animales, fertilizantes, y al mismo tiempo una
caída en las ventas ese campo ya no les rendía como antes. Iba a pérdida. Tanto
a Roberto como a Elena se les hacía cada vez más difícil mantener toda esa
estructura. No dejaban de pensar en como poder reinventarse.
Ese campo lo había adquirido el
bisabuelo de Roberto hace más de un siglo. Luego se fueron pasando los bienes
de padres a hijos hasta llegar a los actuales dueños. Los padres de Roberto
habían fallecido. La madre de Elena aún vivía en la misma casa donde ella había
nacido. En la ciudad de Corrientes. Elena supo poco y nada de su padre. Cuando
era niña este se fue para nunca más volver.
Cierto día los
propietarios de ese inmueble decidieron dejar atrás la actividad que venían
desarrollando para poner un criadero de humanos. Los galpones donde antes
albergaban animales y producían los alimentos ahora lo remodelaron. También
pusieron filas de camas de dos plantas. En el casco de estancia donde ellos
habitaban instalaron un sistema de vigilancia. Para ello debieron comprar un
nuevo generador de electricidad. Y llamar a un electricista para que colocara los
cables, pantallas y cámaras de seguridad. Una vez terminada esa obra empezaron
a secuestrar hombres y mujeres jóvenes de las villas de las principales
ciudades del país. Roberto y Elena se encargaban de monitorear todo. Contaban
con tres camionetas 4x4, dos camiones, un helicóptero y dos avionetas.
Utilizaron a los capataces y los peones para llevar a cabo los operativos. Los
capataces manejarían los vehículos. Y serian acompañados por grupos de peones.
A quienes los armaron para hacer el trabajo sucio entrando a las barriadas y
llevándose a las personas que coincidían con sus preferencias.
A la gente que secuestraban las
encerraban en los galpones donde habían puesto las camas. Dándoles de comer
tres veces al día. Una vez que llegaron a los doscientos hombres y a la misma
cantidad de mujeres terminaron con los secuestros. Ahora los obligaron a tener
sexo entre ellos. Cada día con alguien distinto. De modo que cada una de las
doscientas mujeres debía tener sexo con un hombre diferente cada veinticuatro
horas para que todos pudieran relacionarse.
A los bebes que nacían los alojaban en
otro sector aparte.
Roberto y Elena se conocieron hace tres
décadas. En la ciudad de Corrientes. En el cumpleaños número veinte de una
amiga de la infancia de Elena. Dando la casualidad que también resulto ser la
ex compañera de la secundaria de Roberto. Después se casaron. Al poco tiempo
llegaron los hijos. Tuvieron tres. Jorge el mayor que actualmente vivía en
Miami. María, la del medio que lo hacía en Madrid. Y Nicolás, el menor que
residía en la ciudad de Buenos Aires. Roberto ahora estaba por alcanzar
los cincuenta. Elena era tres años menor.
Aquel matrimonio se enteraba de lo que
pasaba en el mundo exterior a través de internet. Veían que se multiplicaban
las noticias sobre desapariciones de personas en los barrios marginales de
ciudades como Quilmes, Córdoba, Rosario, Mendoza, Mar del Plata. Incluso hubo
incidentes en Merlo donde vecinos enfurecidos tiraron piedras contra
patrulleros y prendieron fuego una comisaria. Algo parecido ocurrió en Neuquén
con una marcha pacífica hacia la casa de Gobierno. La cual termino con una
represión policial con balas de goma y gases lacrimógenos. Sin embargo ellos se
sentían a salvo. Su campo se hallaba alejado de todo. Separado de la ruta 12
por más de cien kilómetros de caminos de tierra. Cuando llovía se convertían en
barro. Y solo se podía acceder hasta allí mediante vehículos todo terreno.
Jamás nadie se enteraría. Sumado a que al ser personas que viven en sitios
marginales no tienen el mismo peso que alguien que habita las zonas mas
acomodadas.
Roberto y Elena habitaban el casco de
esa estancia. Separado por alambrados e hileras de eucaliptus del resto de ese
inmueble. Ahí tenían una pileta de natación para disfrutarla en los días de
calor. Una cancha de golf donde Roberto practicaba ese deporte. Incluso a veces
invitaba a amigos así acompañaban. También una huerta. A Elena le gustaba la jardinería. Regaba las plantas, las cuidaba. Se alegraba cuando para la primavera estas reverdecían y se llenaban de flores.
También poseían aparatos de gimnasia y pilates para mantenerse en forma. Tenían
dos computadoras. Una era de Roberto y otra de Elena. Cada uno la
usaba a su manera. Ver videos, películas, escuchar música, la radio, leer
noticias, jugar, aprender recetas de cocina, modos de comer mas saludable o
cuidado de las plantas. Además de hablar con sus hijos. Ya que en eses sitio.
Alejado de los centros urbanos era poca o nula la señal que tenían en los
celulares.
Cuando los nacidos en
ese campo llegaron a los primeros seis años de vida sus dueños utilizaron a los
peones y capataces para matar a todos los individuos que habían secuestrado.
Luego los enterraron en una enorme fosa.
A esos niños se encargaron de llevarlos a los
galpones donde antes alojaban a las personas secuestradas. Les enseñaban tareas
como recolectar frutos maduros, preparar pan, podar. También asuntos como lavar
los utensilios donde comen, limpiar los sitios donde duermen o hacen sus
necesidades, asearse, cocinar los alimentos. Con la idea de que luego hicieran
todo ellos.
Anteriormente tanto
Roberto como Elena invitaban a amigos o familiares a pasar unos días
en su estancia. Pero una vez que comenzaron con esa nueva actividad no trajeron
más a nadie. Ahora ellos iban por separado a visitar a algunos amigos que les
quedaron de la juventud. No querían dejar solo ese campo. Estaban mas ocupados.
Necesitaban estar al tanto de todo lo que pasaba. Roberto a veces visitaba a su
hermano que vivía en Salta y era propietario de grandes extensiones de viñedos.
Lo mismo hacía Elena con su madre. También se turnaban para ir a las distintas
propiedades que tenían. Cuando iban a visitar a Nicolás, su hijo menor que
vivía en el barrio de Belgrano en la ciudad de Bueno Aires, le aseguraban que
cuando ellos enfermaran le pasarían la herencia.
Una década después empezaban
a dividir un espacio de ese campo en lotes y arrendarlo. Una parte a
laboratorios médicos. Otra a barrabravas de futbol. Un tercer sector sería para
los curas. Uno iría para el Estado. Los narcos también tendrían su
espacio. Y un sexto lugar para la policía. Cuando esos chicos
alcanzaban los dieciséis años los separaban y los llevaban a cada lote según
las necesidades de cada uno de estos actores. Los laboratorios los utilizaban
para hacer experimentos, probar nuevos remedios. Si fallaban con uno los
reemplazaban por otro. Ya que esos chicos al no tener identidad eran como si no
existieran. Los barrabravas les enseñaban canciones de cancha, alentar por
ciertos clubes y les daban camisetas de equipos de futbol. Una vez que
aprendían todo eso los llevaban a los estadios para gritar por tal equipo. Así
llenaban los estadios. Aparte les resultaba gratis ya que no pedirían nada a
cambio. Los curas los adoctrinaban con cuestiones ligadas al catolicismo para
que estos luego pudieran dar catequesis en las Iglesias. Llevando la palabra de
Dios a las nuevas generaciones. El Estado los usaba para hacer obras cono
repavimentación de calles, mejoramiento de rutas, arreglo de plazas, limpieza
de espacios públicos. Le resultaba más barato que contratar personal
y pagar salarios. Estos nuevos trabajadores jamás reclamarían, harían huelgas o
pedirían aumento. No tenían idea de esos asuntos. Ni siquiera sabían leer o
escribir. Tampoco tenían DNI. Los narcotraficantes los volvían adictos a
ciertas sustancias para quemarles el cerebro. Una vez que lo hacían los
utilizaban como soldaditos. Y si alguno no se adaptaba a sus exigencias lo
desechaban y traían otro. Total no figuraban en ningún lado. Y la
policía también se aprovechaba de ellos enseñándole a disparar, patear,
golpear. O alguna que otra palabra que en su jerga que creían necesaria. Para
después obligarlos a hacer trabajos como desaparecer personas, cometer asaltos,
amenazar con secuestrar.
La parte de ese campo que aún permanecía en
manos de Roberto y Elena era usado como como reservorio. Al grupo de chicos que
continuaba allí lo conservaban para reproducirse y agrandar esa
población. Estos seguían haciendo trabajos tanto rurales como domésticos.
Además de ser obligados a tener relaciones sexuales una vez por mes.
Los bebés que seguían
naciendo eran colocados en el mismo sitio donde habían parido ellos. A los seis
años aprenderían a recolectar frutos, echar fertilizantes a la tierra, limpiar
los baños, cocinar. Una década después algunos se quedarían para
procrear. Otros a cambio de dinero serían entregados a los
diferentes arrendatarios según sus necesidades.
Roberto y Elena estaban entusiasmados
viendo como este emprendimiento prosperaba. Su estancia volvía a ser rentable. El negocio no paraba de crecer. No solo ganaban dinero por cada chico que
vendían. Sino también por las rentas que le cobraban a sus inquilinos. Ahora
contrataron personal de seguridad para vigilar su campo. Así podían salir sin
necesidad de estar siempre ahí para controlar lo que ocurría. Tenían mas tiempo
para todo. De nuevo iban los dos juntos a visitar amigos y familiares. También
a los chalets que usaban para pasar los veranos como al resto de sus
propiedades. Pusieron un sistema de seguridad en cada una de ellas para poder
ver desde donde se hallasen lo que pasaba en su estancia.
Como producto de este logro que habían
conseguido estaban planificando hacer un viaje a Europa.
8 comentarios:
Lo que se dice un buen berenjenal! No quisiera ser vecina de esta gente diabólica por nada del mundo, menos mal que no tengo campos! Solo algunas macetas en el balcón que alegran mis días, un abrazo Gustavo!
Muy buen relato amigo. Saludos. Un gusto volverte a leer.
Si Maria Cristina. Mejor tenerlo lejos por si acaso jaja. Te mando un abrazo!
Gracias Sandra. Me alegro que te haya gustado. Otro abrazo para vos!
te leo me haces sonreir la foto es chiquita no se nada no se ve mucho dale animate a que te vean Yo hago lo mismo Me encantan las fotos no me imagino todos esos escondidos que escriben pero nadie sabe quien esta detrás de ese escrito
Hola Mucha. Si. No se porque en los blogs pas fotos de perfil son demasiado chicas. No pasa lo mismo en otras redes como Facebook o Instagram. Pero bueno. No se. No depende de mi. Por lo que veo en todos los blogs pasa lo mismo. Un saludo!
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MUCHA
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