jueves, 9 de diciembre de 2021

El criadero

 

 

El criadero  

  

Roberto y Elena eran propietarios de un campo en la provincia de Corrientes. Tenían vacas, chanchos, gallinas, árboles frutales. Producían quesos, dulces, jugos, huevos. Aunque en realidad los que hacían esos trabajos eran los peones y obreros. Quienes a la vez eran dirigidos por capataces.   

Aquel matrimonio además se repartía su tiempo entre un lujoso piso que tenían en la ciudad de Corrientes frente al rio Paraná y otro en Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires. Durante los meses de verano la pasaban en un chalet situado en La Falda con vista a las sierras y en otro ubicado en una zona residencial de Pinamar. De estos también eran dueños.   

Hace un tiempo, producto de la cada vez mayor sequía, sumado al aumento del precio de los combustibles, alimento de los animales, fertilizantes, y al mismo tiempo una caída en las ventas ese campo ya no les rendía como antes. Iba a pérdida. Tanto a Roberto como a Elena se les hacía cada vez más difícil mantener toda esa estructura. No dejaban de pensar en como poder reinventarse.   

Ese campo lo había adquirido el bisabuelo de Roberto hace más de un siglo. Luego se fueron pasando los bienes de padres a hijos hasta llegar a los actuales dueños. Los padres de Roberto habían fallecido. La madre de Elena aún vivía en la misma casa donde ella había nacido. En la ciudad de Corrientes. Elena supo poco y nada de su padre. Cuando era niña este se fue para nunca más volver.  

Cierto día los propietarios de ese inmueble decidieron dejar atrás la actividad que venían desarrollando para poner un criadero de humanos. Los galpones donde antes albergaban animales y producían los alimentos ahora lo remodelaron. También pusieron filas de camas de dos plantas. En el casco de estancia donde ellos habitaban instalaron un sistema de vigilancia. Para ello debieron comprar un nuevo generador de electricidad. Y llamar a un electricista para que colocara los cables, pantallas y cámaras de seguridad. Una vez terminada esa obra empezaron a secuestrar hombres y mujeres jóvenes de las villas de las principales ciudades del país. Roberto y Elena se encargaban de monitorear todo. Contaban con tres camionetas 4x4, dos camiones, un helicóptero y dos avionetas. Utilizaron a los capataces y los peones para llevar a cabo los operativos. Los capataces manejarían los vehículos. Y serian acompañados por grupos de peones. A quienes los armaron para hacer el trabajo sucio entrando a las barriadas y llevándose a las personas que coincidían con sus preferencias.  

A la gente que secuestraban las encerraban en los galpones donde habían puesto las camas. Dándoles de comer tres veces al día. Una vez que llegaron a los doscientos hombres y a la misma cantidad de mujeres terminaron con los secuestros. Ahora los obligaron a tener sexo entre ellos. Cada día con alguien distinto. De modo que cada una de las doscientas mujeres debía tener sexo con un hombre diferente cada veinticuatro horas para que todos pudieran relacionarse.  

A los bebes que nacían los alojaban en otro sector aparte. 

Roberto y Elena se conocieron hace tres décadas. En la ciudad de Corrientes. En el cumpleaños número veinte de una amiga de la infancia de Elena. Dando la casualidad que también resulto ser la ex compañera de la secundaria de Roberto. Después se casaron. Al poco tiempo llegaron los hijos. Tuvieron tres. Jorge el mayor que actualmente vivía en Miami. María, la del medio que lo hacía en Madrid. Y Nicolás, el menor que residía en la ciudad de Buenos Aires. Roberto ahora estaba por alcanzar los cincuenta. Elena era tres años menor.  

Aquel matrimonio se enteraba de lo que pasaba en el mundo exterior a través de internet. Veían que se multiplicaban las noticias sobre desapariciones de personas en los barrios marginales de ciudades como Quilmes, Córdoba, Rosario, Mendoza, Mar del Plata. Incluso hubo incidentes en Merlo donde vecinos enfurecidos tiraron piedras contra patrulleros y prendieron fuego una comisaria. Algo parecido ocurrió en Neuquén con una marcha pacífica hacia la casa de Gobierno. La cual termino con una represión policial con balas de goma y gases lacrimógenos. Sin embargo ellos se sentían a salvo. Su campo se hallaba alejado de todo. Separado de la ruta 12 por más de cien kilómetros de caminos de tierra. Cuando llovía se convertían en barro. Y solo se podía acceder hasta allí mediante vehículos todo terreno. Jamás nadie se enteraría. Sumado a que al ser personas que viven en sitios marginales no tienen el mismo peso que alguien que habita las zonas mas acomodadas.   

Roberto y Elena habitaban el casco de esa estancia. Separado por alambrados e hileras de eucaliptus del resto de ese inmueble. Ahí tenían una pileta de natación para disfrutarla en los días de calor. Una cancha de golf donde Roberto practicaba ese deporte. Incluso a veces invitaba a amigos así acompañaban. También una huerta. A Elena le gustaba la jardinería. Regaba las plantas, las cuidaba. Se alegraba cuando para la primavera estas reverdecían y se llenaban de flores. También poseían aparatos de gimnasia y pilates para mantenerse en forma. Tenían dos computadoras. Una era de Roberto y otra de Elena. Cada uno la usaba a su manera. Ver videos, películas, escuchar música, la radio, leer noticias, jugar, aprender recetas de cocina, modos de comer mas saludable o cuidado de las plantas. Además de hablar con sus hijos. Ya que en eses sitio. Alejado de los centros urbanos era poca o nula la señal que tenían en los celulares.  

Cuando los nacidos en ese campo llegaron a los primeros seis años de vida sus dueños utilizaron a los peones y capataces para matar a todos los individuos que habían secuestrado. Luego los enterraron en una enorme fosa.
A esos niños se encargaron de llevarlos a los galpones donde antes alojaban a las personas secuestradas. Les enseñaban tareas como recolectar frutos maduros, preparar pan, podar. También asuntos como lavar los utensilios donde comen, limpiar los sitios donde duermen o hacen sus necesidades, asearse, cocinar los alimentos. Con la idea de que luego hicieran todo ellos.   

Anteriormente tanto Roberto como Elena invitaban  a amigos o familiares a pasar unos días en su estancia. Pero una vez que comenzaron con esa nueva actividad no trajeron más a nadie. Ahora ellos iban por separado a visitar a algunos amigos que les quedaron de la juventud. No querían dejar solo ese campo. Estaban mas ocupados. Necesitaban estar al tanto de todo lo que pasaba. Roberto a veces visitaba a su hermano que vivía en Salta y era propietario de grandes extensiones de viñedos. Lo mismo hacía Elena con su madre. También se turnaban para ir a las distintas propiedades que tenían. Cuando iban a visitar a Nicolás, su hijo menor que vivía en el barrio de Belgrano en la ciudad de Bueno Aires, le aseguraban que cuando ellos enfermaran le pasarían la herencia.  

Una década después empezaban a dividir un espacio de ese campo en lotes y arrendarlo. Una parte a laboratorios médicos. Otra a barrabravas de futbol. Un tercer sector sería para los curas. Uno iría para el Estado. Los narcos también tendrían su espacio. Y un sexto lugar para la policía.  Cuando esos chicos alcanzaban los dieciséis años los separaban y los llevaban a cada lote según las necesidades de cada uno de estos actores. Los laboratorios los utilizaban para hacer experimentos, probar nuevos remedios. Si fallaban con uno los reemplazaban por otro. Ya que esos chicos al no tener identidad eran como si no existieran. Los barrabravas les enseñaban canciones de cancha, alentar por ciertos clubes y les daban camisetas de equipos de futbol. Una vez que aprendían todo eso los llevaban a los estadios para gritar por tal equipo. Así llenaban los estadios. Aparte les resultaba gratis ya que no pedirían nada a cambio. Los curas los adoctrinaban con cuestiones ligadas al catolicismo para que estos luego pudieran dar catequesis en las Iglesias. Llevando la palabra de Dios a las nuevas generaciones.  El Estado los usaba para hacer obras cono repavimentación de calles, mejoramiento de rutas, arreglo de plazas, limpieza de espacios públicos. Le resultaba más barato que contratar personal y pagar salarios. Estos nuevos trabajadores jamás reclamarían, harían huelgas o pedirían aumento. No tenían idea de esos asuntos. Ni siquiera sabían leer o escribir. Tampoco tenían DNI. Los narcotraficantes los volvían adictos a ciertas sustancias para quemarles el cerebro. Una vez que lo hacían los utilizaban como soldaditos. Y si alguno no se adaptaba a sus exigencias lo desechaban y traían otro. Total no figuraban en ningún lado.  Y la policía también se aprovechaba de ellos enseñándole a disparar, patear, golpear. O alguna que otra palabra que en su jerga que creían necesaria. Para después obligarlos a hacer trabajos como desaparecer personas, cometer asaltos, amenazar con secuestrar. 
La parte de ese campo que aún permanecía en manos de Roberto y Elena era usado como como reservorio. Al grupo de chicos que continuaba allí lo conservaban para reproducirse y agrandar esa población. Estos seguían haciendo trabajos tanto rurales como domésticos. Además de ser obligados a tener relaciones sexuales una vez por mes.
  

Los bebés que seguían naciendo eran colocados en el mismo sitio donde habían parido ellos. A los seis años aprenderían a recolectar frutos, echar fertilizantes a la tierra, limpiar los baños, cocinar.  Una década después algunos se quedarían para procrear. Otros  a cambio de dinero serían entregados a los diferentes arrendatarios según sus necesidades.  

Roberto y Elena estaban entusiasmados viendo como este emprendimiento prosperaba. Su estancia volvía a ser rentable. El negocio no paraba de crecer. No solo ganaban dinero por cada chico que vendían. Sino también por las rentas que le cobraban a sus inquilinos. Ahora contrataron personal de seguridad para vigilar su campo. Así podían salir sin necesidad de estar siempre ahí para controlar lo que ocurría. Tenían mas tiempo para todo. De nuevo iban los dos juntos a visitar amigos y familiares. También a los chalets que usaban para pasar los veranos como al resto de sus propiedades. Pusieron un sistema de seguridad en cada una de ellas para poder ver desde donde se hallasen lo que pasaba en su estancia.   

Como producto de este logro que habían conseguido estaban planificando hacer un viaje a Europa.

 

8 comentarios:

maría cristina dijo...

Lo que se dice un buen berenjenal! No quisiera ser vecina de esta gente diabólica por nada del mundo, menos mal que no tengo campos! Solo algunas macetas en el balcón que alegran mis días, un abrazo Gustavo!

Sandra Figueroa dijo...

Muy buen relato amigo. Saludos. Un gusto volverte a leer.

Gustavo dijo...

Si Maria Cristina. Mejor tenerlo lejos por si acaso jaja. Te mando un abrazo!

Gustavo dijo...

Gracias Sandra. Me alegro que te haya gustado. Otro abrazo para vos!

Mucha dijo...

te leo me haces sonreir la foto es chiquita no se nada no se ve mucho dale animate a que te vean Yo hago lo mismo Me encantan las fotos no me imagino todos esos escondidos que escriben pero nadie sabe quien esta detrás de ese escrito

Gustavo dijo...

Hola Mucha. Si. No se porque en los blogs pas fotos de perfil son demasiado chicas. No pasa lo mismo en otras redes como Facebook o Instagram. Pero bueno. No se. No depende de mi. Por lo que veo en todos los blogs pasa lo mismo. Un saludo!

Recomenzar dijo...

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FIESTAS♥♫♥*-.Gustavo
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MUCHA

quannanachman dijo...

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